Francesca Parodi
@franparodi
Chile está dentro de los países de la Ocde con la jornada laboral más extensa, eso es un hecho. También es cierto que todos los países desarrollados tienen jornadas laborales mucho más bajas. El problema es cómo llegar de un punto a otro de manera correcta, sin debilitar nuestra alicaída economía y, sobre todo, sin hacer más rígido un mercado laboral que cada día es más dinámico en el mundo.
En promedio los chilenos trabajan cerca de 2 mil horas al año, muy por sobre las 1.766 horas que promedian los trabajadores en los países de la Ocde. Por otro lado, nuestra productividad sigue siendo muy baja, ya que mientras un chileno produce en promedio 27 dólares por hora trabajada, el promedio Ocde es de 46,7 dólares por hora, lo que no se explica únicamente por la idea de que somos buenos para “sacar la vuelta”, sino que también influye que nuestra capacidad tecnológica es todavía muy baja, que la calificación de los trabajadores es menor en comparación con otras economías desarrolladas, y que nuestro mercado laboral es propio del siglo XX.
De esta forma, si bien la idea de disminuir la jornada laboral no es mala en sí misma –prueba de ello es que el promedio de horas trabajadas en Europa es de 40 a la semana–, este proyecto tiende a homogeneizar lo heterogéneo –los diversos rubros que componen el mercado laboral-, haciéndolo más rígido y, por ende, disminuyendo las posibilidades de incorporar a quienes hoy están rezagados laboralmente. En este sentido, existen cuatro grupos invisibilizados laboralmente: los jóvenes –principalmente los con menos calificación–, los adultos mayores, las mujeres con hijos y los inmigrantes.
Estos grupos tienen en común la gran dificultad que les significa incorporarse al mercado del trabajo, lo que se soluciona flexibilizando el sistema y no con sobrerregulación. Lo ideal sería que, mediante flexibilidad horaria, los trabajadores pudieran pactar y distribuir su jornada laboral, entendiendo que este mercado es dinámico y, por ende, las Pymes no pueden funcionar con la misma lógica del retail o los trabajadores de la salud.
Si a la par de la reducción horaria no flexibilizamos el sistema, se terminaría acentuando el desempleo, en especial en estos grupos que ya están marginados y, además, no se estaría avanzando hacia mayor productividad, lo que sería un flaco favor para nuestra sobrecargada economía.
La reducción de la jornada laboral es una medida en la que debemos encaminarnos, pero no con un proyecto tan estático como el que hemos conocido, que no hace referencia a la necesaria modernización del mercado laboral y que no se preocupa por la condición desventajosa en la que quedarían ciertos grupos que, sin flexibilidad laboral, seguirán excluidos de este sistema obsoleto.