Rafael Figueroa Pozo
Sociólogo, Magister en Política y Gobierno UdeC
El concepto de juventud estuvo tradicionalmente cargado de definiciones que dejaban a los jóvenes en una posición de inactividad y pasividad. Fueron considerados bajo un estado de moratoria constante a través del cual se adquirían y dejaban roles para pasar paulatinamente a la adultez; un ideal hacia el cual se transitaba y se aprendía a enfrentar esta nueva etapa.
Esta perspectiva, profundamente adultocrática y adultocéntrica, poco a poco ha demostrado obsolescencia, existiendo en paralelo un reconocimiento verdadero y fundado hacia las juventudes que han sido visibilizadas, sobre todo, en las últimas décadas.
Por supuesto, jóvenes existieron siempre; sin embargo, a partir de 2006, con el movimiento pingüino, la visión de este grupo social cambió. No fueron ya los visitantes del mall, el grupo dispuesto al ocio y nada más, ni los sujetos de consumo, figura a partir de la cual la política pública intentó abordarlos.
La constitución de los jóvenes en sujetos políticos, con visiones e intereses convergentes y estructuras organizadas en virtud de una problemática que atraviesa a todos los grupos de la sociedad, marcó una reemergencia y una redefinición de la juventud. ]
Ya en los ‘60 lo dijo Mannheim, en el contexto de su teoría sobre el conflicto generacional: los jóvenes representan el cambio, aires nuevos. Apelo, sin embargo, no al conflicto, sino al diálogo. Contribuir al capital social regional no significa encapsular generaciones entre 4 paredes.
Necesitamos un trabajo conjunto, que cruce múltiples perspectivas y formas de proyectar nuestra vida en sociedad. El desafío: vaciarnos de prejuicios, revalorar lo nuevo, resignificar las experiencias. No es, en lo absoluto, dar valor a las juventudes de hoy –porque, de hecho, el valor les es intrínseco, les pertenece–, sino dotarlas de la legitimidad que quizás les hemos arrebatado.
La juventud es política, en el más amplio sentido de lo político. La juventud hoy es marcada por fenómenos de distinta envergadura y, en tanto grupo social, ha hecho emerger voces propias e instalado discursos de los que debemos aprender todos.
La escucha, la atención y el diálogo, aún en conflicto, son cuestiones quizás cotidianas, pero necesarias en un contexto de ruido generalizado en los más diversos ámbitos de la vida comunitaria. Y ahí, la juventud, en sus distintas representaciones, cobra importancia radical. Nuestra disposición a aprender de ella es, incluso, manifestación de humildad. Nuestra experiencia se enriquece con la novedad.