Humanidades

Encuentros de Escritores: una eclosión que aún palpita

En 2022 se cumplen 60 años desde la realización del último Encuentro de Escritores realizado en la Universidad de Concepción. Académicas, investigadores y testigos de ese “momento excepcional”, comentan la trascendencia de esas citas que reunieron, entre 1958 y 1962, a grandes escritores y escritoras de Chile e Hispanoamérica.

Por: Diario Concepción 14 de Noviembre 2021
Fotografía: Encuentro de Escritores

Por: Ximena Cortés Oñate

Aunque se trata de una frase simple y en apariencia común, decir Encuentros de Escritores inmediatamente denota, para cierto sector de la sociedad, una parte importante de la memoria cultural de Concepción. Y, si esa frase va unida al nombre de Gonzalo Rojas, eso queda más claro aún.

Entre 1958 y 1962, el Poeta del Relámpago organizó, al alero de la Universidad de Concepción, dos Encuentros de Escritores Chilenos (uno en Concepción y otro en Chillán), y en 1960 y 1962, sendos Encuentros de Escritores Americanos, los que quedaron fijados en la historia literaria nacional e internacional, y relevaron el papel de Rojas como artífice de estas importantes reuniones de autores de renombre, llegándose a aventurar que fue en estos espacios donde se fraguó el Boom Latinoamericano.

Es que, en esas citas comparecieron nombres como Ernesto Sábato, Carlos Fuentes, Allen Ginsberg y Mario Benedetti, así como un sinfín de autores chilenos y americanos que conversaron entre ellos y compartieron con la comunidad en una acción representativa de lo que hoy denominamos vinculación con el medio, evidenciando fuertemente el lema inspirador de la Universidad: el desarrollo libre del espíritu.
En el libro “Cambiemos la aldea. Los Encuentros de Concepción 1958, 1960 y 1962”, la académica franco mexicana, Fabienne Bradu, recuerda que, al término del Primer Encuentro de Escritores Americanos, Rojas hacía el siguiente balance: “Tres fueron los planteos mayores en la búsqueda del rostro y del espíritu de América: a) la rebelión hispanoamericana contra el superregionalismo; b) la validez de la expresión literaria como una función social, y c) las relaciones entre literatura y vida en el proceso americano”. También diría, reseña Bradu, que “escribir en América no es solo oficio, sino sacrificio, y hasta suplicio”.

Testigo privilegiado de esos encuentros fue Pedro Lastra, poeta, ensayista y crítico literario. A punto de cumplir 90 años, Lastra participó en el encuentro de Chillán y en los dos posteriores, aunque también se vinculó con el inaugural, de 1958 en Concepción, mediante el apoyo editorial en Revista Atenea 380-381, que reúne los documentos de lo que fue esa reunión.

Pedro Lastra

Para el poeta, lo ocurrido con los Encuentros de Escritores, donde se manifestó una voluntad de independencia intelectual de América por sobre el resto del mundo, es similar a lo ocurrido en 1842 con Bello, Lastarria y Sarmiento, y la literatura chilena pugnando por desprenderse de la literatura española. “Son circunstancias distintas, pero hay un trasfondo que los une; una semejanza etiológica”, dice, enfatizando en la trascendencia de lo ocurrido en la década de 1960 como parte de un proceso iniciado en el siglo XIX.

“Con frecuencia recurrían, en el diálogo con Gonzalo Rojas, estas cuestiones de voluntad, de llevar adelante esto como continuación de algo iniciado en el pasado. El Encuentro de Escritores de 1958 le permite la averiguación de `lo chileno´ y ampliarlo a `lo americano´ en los encuentros de 1960 y 1962”, sostiene Lastra.

A su juicio, ese propósito de integración hizo que contribuyera en todo para la definición de identidad, con una voluntad total de exploración de “lo americano” que se traduce en el gran enunciado de Gonzalo Rojas: “América es la casa”. “Ese lema significativo trascendió a los jóvenes de ese tiempo y me ayudó a encontrar mi camino”, dice Lastra.

El Doctor en Literatura, Simón Contreras, concuerda con él: “Si nos detenemos a analizar la secuencia y coherencia de los encuentros, advertimos de inmediato que éstos se llevaron a cabo siguiendo un programa que fue de menos a más: el primero de ellos fue de carácter nacional y con la participación de literatos de la escena chilena en sus diferentes expresiones (novela, poesía, ensayo y teatro). Posteriormente, en 1960, las actividades se extendieron a un encuentro a nivel continental, para debatir sobre el rol de la literatura y de los escritores frente a lo que se anunciaba como realidad americana, para así, en última instancia, dar cabida a un encuentro que reunió en 1962 a diferentes exponentes intelectuales a nivel mundial, entre ellos científicos, filósofos y literatos de gran renombre”.

Simon Contreras

Valor germinal

Para Contreras, los Encuentros de Escritores que organizó Gonzalo Rojas en la Universidad de Concepción han sido un tema poco trabajado por la crítica y la academia. “Es un asunto que merece ser explorado en profundidad para advertir, por ejemplo, el comienzo de algunas redes intelectuales y literarias, filiaciones universitarias y tránsitos intelectuales en un contexto altamente polarizado como lo fue el de la Guerra Fría”, señala.

Como investigador de esta materia, Contreras le atribuye a los Encuentros de Escritores un “valor germinal”, tanto para la formación de redes intelectuales que buscaron posicionarse en clave crítica, desde América Latina y Concepción, frente al conflicto de la Guerra Fría, como para el reconocimiento de los escritores como agentes políticos y sociales durante este contexto.

“Es decir, evidenciar que la labor de los escritores iba más allá de sus publicaciones literarias ya que eran capaces, desde su oficio, de dirigirse a la sociedad y sostener una postura ética frente a la condición humana y el devenir de la sociedad. En los Encuentros de Escritores de Concepción, de 1958 a 1962, encontramos el inicio de un programa impulsado por Gonzalo Rojas que buscó posicionar a la ciudad de Concepción y a su Universidad en las discusiones culturales, políticas y literarias de la época”, asegura.

Por su parte, para la académica del departamento de Español de la Universidad de Concepción, Doctora Cecilia Rubio, mirado desde el presente, el valor de esos encuentros está en “constituir parte fundamental del capital simbólico de la Universidad de Concepción, ya que estos forman parte de la memoria institucional como hitos de realización y de gestión, que lograron convocar, reunir, hacer dialogar y tomar acuerdos a importantes figuras de la intelectualidad y el arte”.

Cecilia Rubio

Desde el punto de vista del momento en que se realizaron, Rubio sostiene que, junto con el llamado a los penquistas de “cambiar la aldea”, también la invitación a venir a la ciudad de Concepción de Chile tenía el significado de dignificar la provincia, dignificar y reivindicar el hacer universidad en una ciudad que comenzaba a emerger como ciudad industrial en el sur del mundo. “Como iniciativa de acción cultural, muestra todo el empoderamiento de sus gestores y, por ende, de la institución, para atreverse a propiciar el diálogo de igual a igual”, señala la también directora de Revista Atenea y de la Cátedra Gonzalo Rojas (ver recuadro).

La Doctora de la Universidad de París y ensayista, Ana Pizarro, vivió ese período en Concepción y destaca, como factores importantes de esa época, por una parte, el impulso que la rectoría de David Stitchkin entregó a la Universidad “en el sentido de una universidad moderna y al mismo tiempo humanista, abriéndose a las Ciencias Sociales y al desarrollo cultural. Esto significó el surgimiento del TUC, cuna del gran teatro chileno posterior; la organización de los Encuentros de Escritores, que dieron a la Universidad una constitución internacional de redes, y la apertura de una Radio que ha tenido gran importancia”.

Por otra parte, menciona el incremento de un movimiento social activo en Chile -en Concepción, con las minas de carbón aledañas – y en América Latina, donde “se acentuaba una línea de pensamiento descolonizador y latinoamericanista que había estado latente desde la misma independencia en el siglo XIX”.

Soporte universitario

¿Qué había en Concepción y su Universidad, además de dos figuras como Gonzalo Rojas y David Stitchkin, que pudo convocar a tan grandes artistas en un mismo momento y lugar?
Rubio parte sosteniendo que no hay que quitarle mérito a la presencia y coincidencia en el tiempo y en el espacio de estas “dos figuras señeras de la Universidad”, detrás de las cuales había equipos de trabajo, que compartían la convicción de la necesidad de crear nuevos referentes intelectuales y culturales.

Pero, dice, “también hay que analizar los tiempos que se vivían en Concepción y en Chile, pues los años cincuenta y comienzos de los sesenta son los años de florecimiento del teatro nacional y del TUC, el Teatro de la Universidad de Concepción, cuyos actores constituían parte importante de la bohemia artística de esta ciudad que estaba emergiendo como ciudad industrial; es también la época de la búsqueda de grandes acuerdos nacionales e internacionales, la época en que una visión latinoamericana y latinoamericanista era convocante, todo lo cual la retrata como un tiempo de convergencias en ámbitos de acción colectiva, en los que las universidades se habían ganado ya un lugar por su papel formativo y aglutinador”.

Al respecto, Contreras recuerda que, cuando Gonzalo Rojas llega a la Universidad de Concepción en 1952 y funda el Departamento de Español, “la ciudad no le ofrecía al poeta ningún atractivo cultural e intelectual, ya que consideraba que estaba aislada de los procesos culturales del país y su `nivel académico (era) tan menesteroso y provinciano´ (como recogiera el periodista Juan Andrés Piña en conversación con Rojas)”.

Fue en ese escenario en el que Gonzalo Rojas, junto a Alfredo Lefebvre y Juan Loveluck, impulsaron diversas actividades para cambiar esta situación. Entre ellas, Contreras recuerda que, previo a la organización de los Encuentros de Escritores, instauraron la redacción semanal de artículos de crítica literaria en el diario El Sur, con el propósito de acercar la literatura a la sociedad penquista y, además, situar a Concepción dentro del escenario intelectual americano.

“Hay que destacar que Gonzalo Rojas vio en la Universidad de Concepción el soporte institucional necesario para impulsar cada una de esas actividades. Fue en la universidad donde se desenvolvió no solamente como poeta y académico, sino, también, como agente cultural que, desde las condiciones materiales e institucionales que le permitía la casa de estudios, pudo concretar el intenso tránsito intelectual a fines de la década de 1950 y comienzos de 1960”, señala.

Compararse con los montes

A Carlos Fuentes y José Donoso se les atribuye la aseveración de que “el boom latinoamericano nació en Concepción”, a propósito de estos Encuentros de Escritores. Pizarro lo mira de otra manera: “el llamado `boom´ latinoamericano fue un fenómeno editorial español, asentado en un simbólico momento de conciencia posible, de algunos intelectuales respecto de América Latina, que percibieron las palpitaciones de un movimiento tectónico de conciencia continental. Se acunó a lo largo de mucho tiempo de aprendizaje, y de circunstancias que no son ajenas al movimiento social que se consolidaría en los hechos históricos de los años 60 en varios lugares del continente”.

Lastra también se resta de dar ese crédito a los encuentros de Concepción. “Creo que hay que matizar esa afirmación. Sin duda las Escuelas de Verano organizadas por Rojas, y que dieron paso a estos Encuentros de Escritores, invitaron a una nueva mirada y, más que generar una novedad, llamaron la atención sobre la necesidad de asumir, como problema, la averiguación de cuestiones fundamentales del pensamiento crítico americano y discutirlo en esos diálogos”, dice.

A su juicio, los encuentros permitieron poner atención y hacer una proyección de escritores que abrieron el camino de superación de la tradición y de la novela y literatura regionalista, hacia otros problemas o reflexiones sobre la percepción de la realidad.

Por otro lado, Lastra también destaca que en esas reuniones se abordaron preocupaciones culturales muy variadas, con incorporación de especialistas en estudios filosóficos o científicos, no solo literarios. En ese sentido, sostiene que para Rojas era acuciante no la especialización, sino la plenitud de un saber que comprometiera a todos.

Ahora bien, ¿cómo leer la convergencia de esta heterogeneidad disciplinar? Contreras sostiene que, detrás de estas actividades, se encuentra un concepto que, desde la actual crisis de la comunicación entre las disciplinas, se puede enunciar como transdisciplinar, pero que para ese entonces era visto como una condición necesaria para poder leer al sujeto americano en clave global.
“Para ese propósito, era necesario la reunión de la mayor cantidad de expresiones artísticas y científicas. Así lo planteó, por ejemplo, Humberto Díaz Casanueva en su intervención titulada `Bases para una discusión sobre las relaciones actuales entre poesía y ciencia´, en la que sostuvo que los avances de la ciencia en el mundo moderno se presentan como un desafío para la poesía, pero en clave de complementariedad, ya que es la poesía la que tiene que ser capaz de advertir estos movimientos, como también la ciencia recibir las transformaciones de la poesía”, dice Contreras.

Ana Pizarro

Pizarro apunta también hacia una concepción vasta de la cultura y el conocimiento en la dirección universitaria, sobre todo en Rojas. “Era una mirada que no se quedaba en el parroquialismo de la región, sino que iba por encima de los montes, situándose codo a codo con el acontecer cultural y científico internacional. Esta mirada nos cambió la vida a todos los que fuimos sus estudiantes y nos hacía `compararse con los montes´, como decía él, para sentir, antes de haber viajado, antes de la televisión, la computación e internet, que el mundo puede ser un pañuelo. Había esa conexión con el saber del mundo, cuando lo concreto que teníamos era el tren nocturno a Santiago y nunca habíamos subido a un avión”.

Continuidad enriquecedora

Lastra señala que, a su juicio, la proyección de los Encuentros de Escritores no ha sido aquilatada en su verdadero valor. “Esos encuentros fueron decisivos para llamar la atención y crear condiciones de una recepción más crítica e intensa de la cultura hispanoamericana, no porque representaran una ruptura radical de lo que lo que se estaba haciendo, sino, más bien, una continuidad enriquecedora”, dice.

En ese proceso, agrega, Jorge Luis Borges haría de cabeza, sin olvidar a Alejo Carpentier con sus “Pasos Perdidos” o a Carlos Fuentes y José Donoso. “Nada surge de la nada. El libro de Fabienne Bradu, de 2019, ha permitido aquilatar más lo que era esto. Fue un llamado de atención, una flecha indicadora. Si no se ve esto como proceso, se deja en las sombras a figuras fundacionales como Juan Rulfo, María Luisa Bombal o Juan Emar”, dice y continúa enumerando a autores como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Juan Carlos Onetti, todos con grandes obras previas a 1958.

“Muchos lectores y autores vieron ese momento como una eclosión, un estallido que no tenía antecedente. Yo lo viví de cerca pero no fue sino hasta más tarde cuando me di cuenta de que había sido un momento excepcional”, sostiene el poeta.

Pizarro piensa de manera similar: “En esos encuentros, orientados por un profundo sentido latinoamericano, tuvimos contacto por vez primera con personajes de los que sólo conocíamos el nombre en las cubiertas de los libros: Alejo Carpentier, Carlos Fuentes, Ernesto Sábato, Marta Traba – espléndida entre todos-, Ángel Rama. Fue el inicio de un diálogo continental de intelectuales, diálogo que luego retomaría la Casa de las Américas de Cuba, imprimiendo un fuerte impulso al pensamiento y la creación del continente”.

A su juicio, hoy aún queda la memoria, con palpitaciones profundas de esta toma de conciencia. “Fue en ese momento en que comenzamos a preguntarnos sobre qué es América, cuáles son sus dolores, su imaginario, su historia verdadera, como la llamaría Bernal Díaz. Cuál es, en fin, su palabra, esa que siempre y hoy más que nunca necesita ser crítica”, señala la ensayista.

Cátedra Gonzalo Rojas

Respondiendo a la necesidad de devolver a Gonzalo Rojas el lugar de figura señera que le corresponde en la historia institucional de la Universidad de Concepción, la centenaria casa de estudios ha creado el programa Cátedra Gonzalo Rojas, que será presentado el próximo martes en una ceremonia solemne.

Su directora es Cecilia Rubio, para quien la Cátedra, por el solo hecho de llevar el nombre del poeta, “está reconociéndolo como figura clave, en sus roles de escritor, profesor y gestor, reposicionándolo como un nombre asociado por derecho propio a la Universidad de Concepción, no solo para homenajearlo retrospectivamente, sino para situarlo como figura inspiradora de las proyecciones del presente”.

En ese sentido, explica que se espera que la Cátedra “nos permita desarrollar proyectos y actividades en que la poesía sea puesta en el centro, ya sea concretando residencias poéticas, publicaciones, talleres literarios, estudios, investigaciones y ejercicio de la crítica literaria, así como archivos fotográficos, sonoros y audiovisuales, conforme a cuatro líneas de trabajo: formación, estudio, publicaciones y difusión”.

Nuestro deseo, dice Rubio, “es convocar a la comunidad poética, humanista y artística a participar para continuar propiciando diálogos y encuentros de saberes y prácticas poéticas, en los que Gonzalo Rojas fue un maestro. Recogemos su legado intentando crear la necesaria continuidad de su proyecto”.

Parte de lo que fue el espíritu de esos Encuentros de Escritores se vivirá en la Universidad de Concepción cuando, en el marco de la Escuela de Verano, se realice la Feria Internacional del Libro, que reunirá, entre el 11 y el 16 de enero de 2022, a escritores y editoriales en modalidad híbrida, en el campus UdeC.

Libros recomendados

Cambiemos la aldea. Los encuentros de Concepción 1958, 1960, 1962, Fabienne Bradu. FCE / Editorial Universidad de Concepción, 2019.
Universidad y Sociedad. Concepción, una ciudad en tiempos de guerra fría, Danny Monsálvez y Javier Ramírez, eds. Editorial UdeC, 2021. (Especialmente el artículo “Escuelas de verano y encuentros literarios en Concepción: pensar la ciudad desde la extensión universitaria”, de Simón Contreras.)
Revista Atenea, Vol. 35 Núm. 380-381 (1958): Número extraordinario dedicado a los Encuentros de Escritores Chilenos (revisar en https://revistas.udec.cl/index.php/atenea/issue/view/419).
La trinchera letrada. Intelectuales latinoamericanos y guerra fría, Germán Albuquerque. Ariada Ediciones, 2011.
El volcán y el sosiego, Fabienne Bradu. FCE, 2017.

Etiquetas