Editorial

La limitación horaria de menores en la calle

Es muy posible que estemos en presencia de ese temor a decir que no, a poner límites, a pesar que ambas actitudes han sido históricamente modalidades probadas para la formación de niños y jóvenes, con la condición de operar en democracia, que se autolimita y controla.

Por: Editorial Diario Concepción 05 de Junio 2019
Fotografía: Raphael Sierra P.

El trauma residual de un largo periodo de dictadura ha dejado en el subconsciente colectivo una serie de palabras con connotación negativa, palabras que por asociarlas a otras realidades de contexto resultan casi impronunciables, disciplina es una, castigo, otra, como puede ser control o supervisión, todas ellas de potencial sentido siniestro en malas manos, como efectivamente ocurrió. Pero puede variar tanto su significado como sus consecuencias en estado de democracia, cuando todos somos responsables que las ideas originales no se traicionen en su cabal sentido, como puede suceder al reclamar mayor disciplina en los colegios, mayor control de comportamiento y una más cercana supervisión de conductas.

Lo puede ser una nueva y necesaria concepción social se puede transformar en una barricada política, todo intento de disciplina, por ejemplo, es leído como autoritarismo, todo control como pérdida de libertad, hasta llegar al extremo que es difícil  decir no, aun que negar resulte oportuno o justo, por temor a consecuencias negativas a nivel personal o político, en un largo proceso de inhibirse de poner límites, con eufemismos para describir conductas claramente lesivas para la sociedad en su conjunto, como ha venido ocurriendo con la violencia escolar, a tal extremo que el solo insinuar la toma de medidas sitúa al proponente en un inconfortable nicho de políticas descritas como  dictatoriales y opresivas.

La disciplina ha sido definida como una virtud moral, asociada a la capacidad para llevar una vida ordenada en concordancia con nuestros principios, deberes, derechos y en observancia de las normas de comportamiento social, es la que impone normas a todo el tejido social, sin excepciones, para el mejor estar de todos. En las últimas semanas, a consecuencia de socializarse las políticas islandesas para cambiar algunos hábitos negativos de sus adolescentes, se ha puesto sobre la mesa la posibilidad de limitar el horario de  la presencia de niños y jóvenes menores en la vía pública sin acompañamiento de adultos cuidadores.

Algunos alcaldes, ante lo polémico de la medida han optado por hacer consultas ciudadanas, como es el caso del alcalde de Quilpué y los municipios de Peñalolén, Colina, Las Condes y Lo Barnechea, el primero, ante un medio de circulación nacional, declara “el país desprotegió durante mucho tiempo a los niños y niñas,… la reacción transversal y ciudadana apunta a que tenemos que hacer algo como sociedad”, argumentando los conocidos altos niveles de consumo de alcohol y drogas en menores y cifras sobre niños en situación de calle.

Como era de esperar, algunos concejales se opusieron aduciendo que la aplicación pude resultar en un actuar discriminatorio por parte de las autoridades, o que por unos pocos se trate de privar la libertad a la mayoría, se ha comparado incluso la situación con la época de la dictadura, argumentando que una consulta debería resultar en claro rechazo.

Sin embargo, las primeras exploraciones de opinión ciudadana muestran que una gran mayoría de los padres estarían de acuerdo con la medida, se supone debidamente cautelada. Es muy posible que estemos en presencia de ese temor a decir que no, a poner límites, a pesar que ambas actitudes han sido históricamente modalidades probadas para la formación de niños y jóvenes, con  la condición de operar en democracia, que se autolimita y controla.

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