Editorial

Las equívocas lecturas de los resultados de la PSU

Se insiste en cambiar la prueba, matar al mensajero de las malas notas, una propuesta que no puede conseguir cambios sustantivos en la calidad de la educación, salvo que se decida medir otra cosa que los conocimientos.

Por: Editorial Diario Concepción 29 de Diciembre 2018
Fotografía: La Tercera

Es hasta cierto punto extraño que los resultados de la Prueba de Selección Universitaria tengan lecturas tan dispares, especialmente, aquellas que parecen indicar que es esta la responsable de los resultados insatisfactorios, de las brechas observadas entre quienes la rinden, de su supuesto papel distorsionador, con manifiestas atendencias discriminadoras. Larga relación de pecados capitales para una prueba presuntamente diseñada para medir aprendizajes.

La primer brecha aludida es la de género, con el comentario, ya tradicional, que esta se reduce, aunque los hombres obtienen mejores puntajes en tres de las cuatro pruebas, siendo Lenguaje el único test en el que las mujeres los superan. También ellas consiguen mejores puntajes en el NEM y en el ranking de notas. En particular, se observa que la mayor diferencia a favor de los hombres se da en Ciencias y Matemática. Según los datos proporcionados por el Consejo de Rectores (Cruch), los varones alcanzaron 504 puntos al promediar la prueba de Lenguaje y Matemática, mientras que las mujeres obtuvieron 498 puntos, una diferencia estadística más bien menor.

Esta tendencia se hace más notoria al analizar las cifras más exigentes de los puntajes nacionales, en este nivel de alto rendimiento, en Ciencias hubo sólo dos puntajes máximos y fueron obtenidos por varones, también es notorio que en Matemática estos obtienen 159 puntajes nacionales en comparación con los 40 obtenidos por mujeres, por otra parte, en Lenguaje los dos únicos puntajes nacionales que se registraron en el país fueron logrados por ellas.

Es muy posible que las diferencias académicas de los géneros tengan que ver con características propias de éstos y sus particulares competencias o percepciones, además de una eventual escala diferente de prioridades, si es que resulta correcto entender que hay diferencias en estos aspectos, ya sea por razones genéticas asociadas al sexo, o ambientales, provistas por la sociedad.

Lo que es definitivamente impresentable es la diferencia asociada a la situación socioeconómica y cultural de los estudiantes, agregado al tipo de colegios. La diferencia promedio entre los egresados de recintos particulares y los que provienen de la educación municipal fue de 129 puntos el 2017, mientras que este año bajó a 127, un mejoramiento inexistente que igualmente se aprovecha como indicador de relativo y más bien dudoso progreso. El hecho escueto y duro es la crisis en la educación pública, resultante en un paupérrimo resultado de 480 puntos promedio en la PSU de los liceos municipales de todo el país.

Se insiste en cambiar la prueba, matar al mensajero de las malas notas, una propuesta que no puede conseguir cambios sustantivos, salvo que se decida medir otra cosa que los conocimientos, otras habilidades y destrezas que, aunque necesarias e indispensables, no los suplen, por ser éstos elementales para la educación superior. Podrían los cambios llegar a actuar como un amortiguador de conciencias, ante el hecho evidente que el actual sistema educativo nacional no entrega herramientas suficientes a todos los jóvenes para emprender tareas académicas de mayor complejidad.

La nueva prueba puede tener la naturaleza que se quiera darle, pero no servirá para cubrir el hecho que nuestro país no ha sido capaz de dar a sus hijos la mismas oportunidades, perpetuando una sociedad segmentada.

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