Editorial

Indispensables sacrificios en la senda del valor agregado

La dificultad de cerrar las brechas para alcanzar niveles competitivos no debería ser causa de renuncia, sino más bien una invitación a dejar los enunciados y reemplazarlos por acciones.

Por: Diario Concepción 13 de Febrero 2017

Debiera ser de esos aspectos del accionar administrativo chileno que no debiera generara sorpresa, ya que ha sido de ese modo mucho tiempo, pero, ante las dificultades de los actuales tiempos, produce extrañeza la soltura de algunos grandes actores políticos, para lanzar propuestas probadamente eufónicas, sin comprender a cabalidad a qué tipo de fuerzas están convocando. 

Un ejemplo, muy escuchado, casi familiar, es proponer que el gran salto al desarrollo de la productividad chilena requiere, simplemente, agregar valor. Nadie podría discutir la validez de una propuesta semejante, pero no se avanza a la consecuencia más inmediata de esta razonable y conclusiva propuesta, el paso siguiente es proceder a agregar valor, por qué entonces no termina de resultar y estamos aún en este universo de venta de materias primas.

Para agregar valor se requiere de muchas cosas, por ejemplo, competir por calidad, es decir el producto al cual se le ha agregado ese valor es claramente superior en calidad al que está en el mercado, se puede competir por innovación, con características diferentes y mejores, por el costo, tal manera que sea más barato, con una calidad igual o mejor.

Si se mira esas características de valor agregado se hace inmediatamente evidente que no es fácil desplazar lo que ya existe, fuertemente potenciado por competencias específicas de los que producen, procesos rígidamente controlados, eficiencia, calidad consistente, cero tolerancia al error, se requiere, en suma no solo saber hacer, sino un marco de indispensable idoneidad, más un indudable componente de muy exigente niveles de ética empresarial y laboral.

Las cosas han cambiado poco cuando se trata de preparar gente con competencias especiales, cuando se quiere asegurar excelencia, el asunto es sin lamentarse, no hay tal cosa como genios sin esfuerzo, para todos, de un modo u otro hay un precio a pagar para llegar a los niveles de excelencia a los cuales se aspira. "No fracasé, solo descubrí 999 maneras de cómo no hacer una bombilla", para explicar tantas fallas buscando qué hacer con el filamento incandescente de la futura ampolleta, para que no se quemara, según Thomas Alva Edison, que da cuenta de la contraparte del genio, el esfuerzo persistente.

Si nos alejamos lo suficiente como para no atribuir a estas consideraciones contaminantes, propias de la era industrial, podríamos compararlo con el proceso, controlado al milímetro, de la formación del legionario romano, uno de los guerreros más competentes de la antigüedad para actuar como equipo y parte integrante de una de las más formidables maquinarias bélicas de todos los tiempos, cada legionario en su propia centuria era como la de una pieza muy bien adaptada en una maquinaria que funcionaba como un gigantesco y mortífero reloj.

Las empresas líderes en el mundo tienen conformaciones semejantes, cada parte es solvente y solidaria con la otra, hay una tarea de equipo en la cual cada quien contribuye con su más alta competencia, justamente una de las mayores debilidades del recurso humano medio nacional, un factor que no se puede corregir por decreto y que es indispensable para agregar valor.

La dificultad de cerrar las brechas para alcanzar niveles competitivos no debería ser causa de renuncia, sino más bien una invitación a dejar los enunciados y reemplazarlos por acciones que contribuyan en el menor plazo posible a poner al país en la supercarretera del desarrollo.
 

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