Editorial

El intranquilizador hijo de Napoleón

Por: Diario Concepción 20 de Septiembre 2016

A las tres de la mañana del 25 de enero de 1814, Napoleón va a mirar el sueño tranquilo de su hijo, antes de salir para enfrentar a los aliados; Rusia, Prusia y Austria. Sería la última vez que le viera. Sabemos el resto, la derrota y reclusión en la isla de Elba, el regreso triunfal a Francia y la aventura de los 100 días. Waterloo en 1815, el destierro y la muerte en 1821.

El niño, Napoleón Francisco Carlos José, después de esta derrota definitiva de su padre, es llevado por su madre, con custodia de guardia austríaca, a casa de su abuelo, el emperador Francisco, allí se da instrucciones de hacerle olvidar toda traza de Francia, se le castiga si habla francés, se le niega toda información.

El niño, mal que les pese a sus desconfiados custodios, debe tener un título noble, se le otorga el de Duque de Reichstad. En medio de los herederos del trono de Austria, todos con problemas surtidos, entre los cuales se encuentra una inteligencia casi limítrofe, el flamante duque, muy inteligente, contenido y dueño de sí, provocaba una inconfortable expectación en cualquier ambiente, de buena presencia, de genio vivo, sin saber tenía el mismo gesto de su padre; caminar con ambas manos a la espalda.

Por supuesto que le vigilan cuidadosamente, peligro político de primer orden tener alguien sospechosamente parecido en aptitudes a un padre que no conoció. Para tranquilidad del poder detrás del trono, el sigiloso y manipulador Metternich, la tuberculosis no perdonó a este joven inquietantemente promisorio, muere a poco de cumplir 21 años, el 5 de Julio de 1832.

Interesante cuento de historia ficción proponer que hubiera pasado si este joven hubiera llegado a hacerse cargo de Austria.

PROCOPIO

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