Partió dibujando de niña, luego estudió arquitectura y se especializó en iluminación. Tras años en México, volvió a Concepción, donde lleva más de un año con su academia y también hace poco expuso su muestra “Vulnerables” en un bar penquista.
Desde niña supo que su camino era el arte. Cuando estaba en el colegio, Carolina Rozas pasaba horas en su pieza dibujando. “Así fue mi adolescencia”, aseguró. Una ruta que ha tenido muchas vivencias, y que hoy la tienen de vuelta en su natal Concepción con un proyecto que la tiene muy feliz: su academia Tendedero de Arte, ubicada en Freire 1935. Además, recientemente expuso su muestra “Vulnerables” en el Bar Altamira.
Antes de profundizar en esas iniciativas, una mirada a cómo construyó su historia en el arte. “Después del colegio me fui de intercambio a Estados Unidos, a estudiar inglés. En esa época ya pintaba, pues partí durante el colegio, con el tema del dibujo, la pintura. Cuando estaba allá, en Estados Unidos, tuve un profesor de arte que me dejó estar en sus clases, como oyente, era un college. Ahí seguí metiéndome más, con mayor conocimiento”, dijo.
En ese sentido, añadió que “cuando volví a Chile, quería estudiar arquitectura… Tenía esa generación de papás que eran un tanto miedosos que uno estudiara arte, pero yo tampoco era una artista como desfachatada, me interesaba la pintura, y la arquitectura me llevó al mundo de los conceptos. Estudié arquitectura en la UBB, seguí pintando pero no expuse ni nada durante la carrera, sólo pintando. Después, me dije qué voy a hacer para mezclar la arquitectura con la pintura e hice mi tesis sobre el color, y ahí descubrí que todo lo que vemos, en el fondo, es la luz que se refleja. Me metí en la onda electromagnética y me empecé a especializar en la luz, en iluminación como arquitecta. Hice un diplomado en la Católica en Santiago y después descubrí uno en Tucumán, en Argentina”.
Trabajó para juntar dinero e ir a estudiar a Argentina. “Cuando ya estaba especializada, la opción era volver a trabajar a la misma empresa donde estaba en Santiago o empezar a dedicarme a la parte luz y pintura. Ahí conocí a un arquitecto mexicano en un congreso, y le dije, literalmente, si tenía cupos en su oficina. Me dijo que sí y me fue a Mérida, una ciudad como a dos horas de Cancún. El tema oficina nunca me llamó la atención, pero fue la plataforma para descubrir el México artístico, y ahí me orienté a la iluminación escénica…Estuve seis años allá. Después la vida dio muchas vueltas, se terminó una relación de pareja, pude continuar sola pero me dio un poco de miedo el tema del narco, que es bien terrible, acá mi abuela estaba enferma y decidí volver. En 2018-2019 terminé mis compromisos en México, pues trabajaba en la iluminación en una compañía de danza y ganamos unos proyectos que eran de un año para otro, como los Fondart”.
Rozas contó que “cuando regresé me traje todo, y me dije ‘qué voy a hacer ahora’. Un poco antes del inicio de la pandemia, había tomado la decisión de quedarme, y poner un taller donde ahora tengo la academia. Empecé a remodelar el espacio, y mi mamá siempre me dijo que tenía talento para educar, vocación y paciencia, así que decidí probar. Vino la pandemia, no pude tener alumnos, y ahí surgió la colección de ‘Vulnerables’. Antes, hice ‘Inmóvil’, que son puros puntos, diez cuadros de un metro por un metro de puros puntos. Esa no la he expuesto aún”.
Sobre “Vulnerables”, que estuvo marzo y parte de abril en el Bar Altamira, detalló que “son animales comiéndose personas chiquititas. Fue un pensamiento sobre este virus, que es tan chico pero nos afectaba tanto, y la relación de la naturaleza cuando viene un terremoto, un incendio y nos agarra y nos deja descolocados. Hice este juego de la minimización, del ser humano chico, y la naturaleza gigante, a través de animales salvajes. La idea era hacer un recuerdo de estas cosas imprevistas que pueden pasar”.
En cuanto a la academia, afirmó que “empezó de a poco, con tres, cuatro alumnos. Ahora tengo 38, y lista de espera. Ha adquirido fuerza, quizás porque no existan espacios así en Concepción, y también por la urgencia de muchas personas post pandemia de hacer alguna actividad. Hay gente de todas las edades, de 6 a 80 años. No los separo por edades, es una de las cosas que siento me ha enriquecido, el intercambio entre generaciones. Quizás ellos no se enriquecen tanto, pero yo sí. Me nutro de chicos jóvenes, de personas mayores. La gente viene como a una terapia, a envolverse de otro mundo. La pintura es otro mundo, te mete a un lado del cerebro de ver las cosas como son. Ves manchas, colores, luces”.
De este proyecto, agregó que “en diciembre del año pasado celebramos el primer aniversario, hicimos una muestra de alumnos. En ese momento tenía 30 personas. Hago clases de martes a sábado, y miércoles y sábado en dos bloques, que es mi tope del tiempo que quiero dedicarle a eso. Adelante estoy armando una tiendita, porque vendo materiales igual, a precios más accesibles, pues le compro a fabricantes. Mi idea es dar esa comodidad, que la gente pueda encontrar ahí mismo si le falta algo”.