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Ignacio Sapiaín: El desafío de los abogados de recuperar su vocación pública

Por: Diario Concepción 07 de Octubre 2017
Fotografía: Isidoro Valenzuela M.

El presidente del Colegio de Abogados penquistas no lo considera una quijotada, sino un deber ético: que quienes ejercen la abogacía vuelvan a poner a la persona humana en el centro, independiente de si tiene o no recursos.

Por: Gloria Abarca Berenguela

“En el principio está la palabra”. A través de ella construimos la arquitectura de nuestra propia percepción. En esta ventana abierta observamos, reflexionamos e interrogamos a nuestro tiempo. En este diálogo espontáneo y directo el interlocutor, Ignacio Sapiaín Martínez, presidente del Colegio de Abogados de Concepción, no necesita mayor presentación, su mirada crítica en búsqueda de la armonía lo define. Bástenos algunos datos básicos para complementar: 43 años, abogado especialista en Derecho Civil Laboral, titulado de la UDD, fue durante dos años vicepresidente de su colegio profesional y ya lleva uno y medio como presidente. Pero como ya hemos dicho, Ignacio Sapiaín es mucho más que unas líneas en el currículum.

-¿Me he informado que cuando colaboró con su comuna, lo llamaron don Quijote. Yo le pregunto qué significa ser don Quijote en esta época de escasas certezas?

– Don Quijote representa la hidalguía, el honor, la empatía hacia el prójimo, el respeto por lo que ellos son. La abogacía supone el desempeño de un servicio público que debe comprender el deber hacia los demás, aunque estemos ejerciendo en el área privada. Sobre todo para aquellas personas que carecen de recursos para contar con un abogado de calidad, que les permita ejercer sus derechos ante los Tribunales. Apoyarlas en lo que necesitan sin esperar nada a cambio. ¡Esa debe ser la vocación del abogado!

– Sin embargo, creo que en nuestro tiempo de inseguridades da la impresión que ser honesto, veraz, comprometido con la palabra dada, respetuoso, honorable, normas que deben regir una convivencia sana, ellas se transforman en una excepción. ¿Qué está sucediendo?

Pienso que estamos en una crisis social cívica muy profunda. La Educación informal se ha debilitado en el tiempo. Ya no estamos formando jóvenes capaces de discernir entre lo bueno y lo malo e, incluso, paradojalmente lo incorrecto es aceptado en el grupo social. La consecuencia de esta confusión valórica es que,  en un futuro no muy lejano, se producirá un quiebre importante que nos conducirá a una auto tutela manifestada en un acentuado individualismo y egoísmo.

– Creo que usted ha tocado dos puntos relevantes: la Educación y el Estado de Derecho, organismo que ordena  la sociedad y nos transforma en sujetos de deberes y derechos. Además, creo que en cuanto a la Educación hay dos preguntas que no se han formulado: ¿qué tipo de generación de jóvenes queremos formar y que tipo de sociedad queremos construir?

– Respecto al Estado de Derecho solemos escuchar a menudo: “las instituciones funcionan”. ¿Cómo funcionan? ¿Bien, regular o mal? La preocupación por el buen funcionamiento del Estado me recuerda la historia de un Emperador que le preguntó a Confucio cómo ser un buen gobernante. Confucio le respondió: “Para ser un buen gobernante hay que poner orden en los palacios, para poner orden en los palacios hay que poner orden en las comunas, para poner orden en las comunas, hay que poner orden en las familias, para poner orden en las familias, hay que poner orden entre el hombre y la mujer, y para poner orden entre el hombre y la mujer, hay que apaciguar los latidos del corazón”.

-Refiriéndose al orden a la paz que debería producirse en la Araucanía, el Presidente de la Corte Suprema, el Sr.Hugo Dolmestch sostuvo: “La ley que está en estudio requiere una profunda reflexión filosófica”. Seguramente para evitar los errores de la inmediatez al aplicar la Ley. ¿Cree usted que existe un desgaste en las democracias?

– Creo que el problema no está en la estructura del Estado Democrático, sino en las personas que lo constituyen. El Estado de Derecho se encuentra en crisis producto del consumismo desmedido, que se ha ido filtrando en el tejido social. A consecuencia de su descontrol, se inicia el ilícito y aparece la corrupción. Si ella no llega a extirparse de raíz, las bases del Estado Democrático se comienzan a socavar.

– ¿Cree usted que es problema de poder?

No me parece, el poder ha sido desplazado por el TENER, por lo que yo tengo, por lo que puedo adquirir,  visibilidad y éxito social, ya no se trabaja por el bien común, el individualismo se ha ido incorporando en el paisaje social. La finalidad de la política se ha ido debilitando en el tiempo. La política debe trabajar por el bien colectivo, capaz de organizar grupos sociales que nos conduzcan a un mismo lugar.

– ¿Podría decirme usted cuál es ese lugar?

– Un lugar en que todas las personas recorriesen un mismo camino, de colaboración, de innovación, promoviendo el desarrollo y crecimiento de la sociedad, en consecuencia mejorando nuestra calidad de vida. Efectivamente somos sujetos sociales, no podemos ir contra natura, no estamos solos en el mundo. No me canso de reflexionar, de insistir, es mi ideal desarrollar la empatía frente a los otros. Si soy capaz de estrechar cordialmente una mano, proporcionar una sonrisa, estoy dando alegría… ¡y eso me hace feliz! No voy a menospreciar a quien me tiende la mano sucia, producto de su trabajo, por el contrario, lo saludaré respetuosamente, porque es tan digno como cualquier otro ser humano. Si esto se pudiese traspasarse a los funcionarios públicos, podría provocar un efecto dominó, conduciéndonos de esta forma a una sociedad con rostro humano.

– ¿Cúal sería la huella que usted como presidente del Colegio de Abogados, quisiese dejar?

– La primera función del Colegio fue despolitizarlo, en un tiempo de extrema politización. Eso se logró. El Colegio está formado por personas rectas, honestas y trabajadoras, sin militancia, lo que le permite trabajar en una misma dirección. La segunda función, e s ser garante de la justicia y de la adecuada defensa, restituyéndole al Colegio de Abogados su carácter de Derecho Público… Desearía que cada uno de los miembros del Colegio, en ausencia de quien lo dirija, perpetúe en el tiempo nuestra misión. No debemos olvidar que la incorporación a nuestro organismo debería ser habilitante para garantizar el adecuado desempeño de la abogacía. Desempeño que ejercimos en tiempos dolorosos de nuestra historia cuando nos olvidamos que éramos ciudadanos que pertenecíamos a un mismo país. El Colegio de Abogados fue el único Colegio que pudo defender, sin considerar credos políticos lo que era casi indefendible: la dignidad humana.

Junto con agradecer al presidente del Colegio de Abogados por su tiempo, me permito una última reflexión: sabemos que somos viajeros en tránsito en nuestro tiempo. Comprendemos que un gesto estético, una mirada benevolente, empática,   comprensiva frente a los demás incluso ante el adversario nos humaniza. Evita, como dice Borges, que “el olvido le trabaje a la memoria”. Nos prepara tal vez a responder una pregunta no formulada. ¿Qué nos pasó? ¿En qué encrucijada del camino se produjo la pérdida?

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