Provee diversas condiciones esenciales para vivir, pero 60% de los suelos del país tiene algún grado de erosión, y la principal causa es el mal uso.
“Suelos sanos para ciudades saludables” es el lema con que se ha celebrado el Día Mundial del Suelo 2025 este 5 de diciembre, fecha instaurada por la Organización de Naciones Unidas para concienciar tanto su importancia vital como sus amenazas para promover su gestión sostenible y conservación para el desarrollo y bienestar social, del campo a la urbe.
Como nos sostiene en pie firme, sustenta la vida y salud de las más diversas e infravaloradas formas, que tapa el cemento de la ciudad y amenaza el impacto de la actividad humana.
Lamentablemente, en Chile las evidencias estiman que 60% de los suelos naturales tienen algún grado de erosión por una suma de procesos de larga data y fenómenos contemporáneos que configuran uno de los peores desastres ecológicos que puede llevar a devastadoras consecuencias si no se combate efectivamente, advierte el doctor Marco Sandoval, director del Departamento de Suelos y Recursos Naturales de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Concepción (UdeC).
Y es que la degradación puede llevar a “pérdidas ambientales, productivas, sociales y económicas, cuyo resultado es un empobrecimiento de la salud planetaria y con ello la salud humana”, afirma.
Aunque la problemática está más bien invisibilizada. El doctor Rafael Rubilar, director del Laboratorio de Investigación en Suelos, Aguas y Bosques de la Facultad de Ciencias Forestales UdeC, atribuye a que en lo cotidiano se suele percibir al suelo como algo permanente donde nos paramos, y no se logra visualizar su complejidad, sus capas, su geología, biodiversidad, funciones o problemas.
El suelo, sostén de vida, biológicamente es un sistema complejo en su organización, interacción con distintas fases del planeta y capacidades para sostener ecosistemas naturales o productivos, explica el doctor Sandoval. “Además tiene propiedad de resiliencia: es capaz de adaptarse a efectos estresores dentro de ciertos límites”, destaca.
Hay distintos tipos de suelo que se clasifican de distintas formas, aunque aclara que en Chile la más utilizada es la taxonomía de suelos que reconoce 12 órdenes a nivel mundial que se subdividen en distintas categorías. “Los órdenes dependen de los materiales geológicos, clima y vegetación que generan diferentes suelos”, precisa.
Cada suelo tiene sus características, propiedades y capacidades, aunque hay funciones elementales que entregan recursos y condiciones apropiadas para vivir.
El doctor Rubilar, también codirector de la Cooperativa de Productividad Forestal, entidad de colaboración internacional, releva que “el suelo es filtrador del agua de lluvia que luego vemos pura en ríos y afluentes; las plantas se sostienen en el suelo y sin ellas no tendríamos oxígeno; el suelo secuestra carbono; y parte importante de lo que comemos y comen los animales de los que nos alimentamos está asociado a cultivos terrestres”.
También destaca que sostiene toda la infraestructura en la que habitamos y nos desenvolvemos a lo largo de toda la historia, desde hogares hasta grandes edificaciones, calles y carreteras.
Los investigadores coinciden en que en la sociedad no existe una visión completa de estas funciones que se ven alteradas cuando se degrada o pierde suelo natural, como ha venido sucediendo históricamente en el país por un uso indiscriminado e intervención de este recurso que, aunque resiliente, es finito y requiere cuidados concretos y urgentes para su conservación.

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La degradación de los suelos en Chile ha sido impulsada a lo largo de los años por distintos motivos, con una situación crítica que se ve empeorada en el actual escenario de calentamiento global y cambio climático que se manifiesta con distintos fenómenos y altera las condiciones normales en los ambientes, como aumentar temperaturas o reducir lluvias.
El uso excesivo y mal manejo del suelo ha sido el principal motor de degradación a través de la historia, porque ha llevado a cambiar sus condiciones naturales y capacidades, asegura el académico Marco Sandoval.
Particularmente el uso intensivo de tierras para agricultura que se extendió por muchísimos años que atribuye a falta de conocimiento de la época, hasta que en la década de 1980 sitúa el inicio de los estudios en conservación del suelo.
Además, suma la urbanización, con constante crecimiento urbano que lleva las ciudades cada vez más lejos y a la pérdida de suelos naturales, normalmente los más productivos. En la zona centro-sur las evidencias demuestran que las tierras óptimas para cultivar son las del valle, donde se han establecido las principales urbes, mientras se cultiva en ecosistemas y áreas no aptas.
El académico Rafael Rubilar añade que la contaminación de suelos con distintas sustancias como fertilizantes también erosiona, como la ganadería intensiva también que produce salinización y otros efectos erosivos.
Y de forma más reciente advierte que “un tema que se nos ha hecho muy sensible en la Región del Biobío son los incendios, que han afectado áreas donde mayormente ha habido tanto bosques como plantaciones forestales y zonas agrícolas”.
En las ciudades llenas de cemento se configura un problema socioecológico especialmente complejo hoy. El desarrollo urbano ha ido tapando y perdiendo cada vez más el suelo natural, impidiendo que realice sus funciones ecológicas elementales para el bienestar de la naturaleza y las personas que al final también termina perjudicado.
Para comprender las consecuencias, el doctor Rubilar expone que “tendemos a cementar en forma continua las ciudades, pero se ha estudiado que mientras más cemento continuo más nos inundamos”.
Al respecto profundiza que en un espacio de casi 2 a 3 metros, el suelo en su estado natural y relación con vegetación podría absorber el agua de las lluvias del año –variable según sus características-, filtrarla y hacer que fluya. En una ciudad plagada de cemento la lluvia fluye sólo por la superficie y se acumula gran cantidad de agua.
Además, se pierde el secuestro de carbono que es clave en la regulación del calor y clima, y mitigar el calentamiento global y cambio climático, tampoco existe una vegetación que provea verdes paisajes y el oxígeno que necesitamos para respirar.
“Y se pierde el contacto humano con la naturaleza, que es necesario para que mantengamos un equilibrio”, enfatiza.
En este sentido, el doctor Sandoval manifiesta que “es imposible pensar que las necesidades habitacionales de las personas deben ser postergadas, pero en Chile la planificación del desarrollo urbano está al debe, porque es posible tener un desarrollo urbano sostenible y amigable con la vida humana, y pasa porque los gobiernos junto con los parlamentarios y especialistas acuerden leyes claras y oportunas que compatibilicen ambos temas”.
Para avanzar a un desarrollo urbano sostenible una clave es mejorar o aumentar las zonas de parques naturales y áreas verdes dentro de las ciudades que permitirían proveer todas esas beneficiosas funciones ecológicas del suelo y la naturaleza.
“Las áreas verdes favorecen la descontaminación del aire; dan espacio para mejorar el bienestar de nuestras mascotas, aves y especies vegetales; mitiga las islas de calor y en parte la contaminación acústica de la ciudad; y permiten zonas de recreación. Y numerosos estudios psicológicos avalan que ello mejora la calidad de vida de las personas”, enfatiza.
También es necesario conservar, recuperar y restaurar suelos y ecosistemas. En este sentido, los investigadores han trabajado en distintas líneas y proyectos.
El doctor Marco Sandoval cuenta que con sus colaboradores han generado herramientas que pueden orientar el trabajo tanto para suelos agrícolas y forestales como ecosistemas naturales. Por ejemplo, manuales para la evaluación y restauración agroecológica de suelos agropecuarios afectados por incendios, o desarrollo de productos como soluciones.
Por su parte, el doctor Rafael Rubilar destaca esfuerzos en diseñar estrategias para modificar o mejorar características del suelo para que aumente su materia orgánica o mejore el crecimiento de plantas, que a su vez contribuye en la capacidad para secuestrar carbono, producir oxígeno y proveer alimentos.
En este sentido se reconoce que existen conocimientos y propuestas probadas para el manejo sostenible y conservación de suelos, pero falta mejorar la educación en estos temas e incidir decisivamente en las políticas públicas.