Señora Directora:
Me dirijo a usted para compartir una experiencia que viví recientemente y que me llevó a reflexionar profundamente sobre la importancia de valorar la vida y enfrentar los desafíos con perseverancia y superación. Durante la semana pasada, mientras disfrutaba de una promoción en un centro de comida rápida, tuve la oportunidad de observar a un joven en silla de ruedas eléctrica.
A pesar de presentar evidentes dificultades de movimiento y la ausencia de un brazo, este joven llevaba a cabo acciones cotidianas que para muchos podrían parecer simples, pero que para él representaban un verdadero desafío. Fue en ese momento que comencé a observar detenidamente su rutina. Ver cómo se las arreglaba para trasladar la bandeja desde su silla de ruedas a la mesa, cómo coloca- ba la bombilla en el vaso, cómo co- mía sin hacer uso de extremidades e incluso cómo de alguna forma sacó su teléfono y unos audífonos para acompañar la merienda, me hizo reflexionar sobre la naturaleza de la vida y la importancia de valorar cada momento. Este joven me enseñó, sin siquiera saberlo, una lección invaluable sobre el va- lor de la vida y la importancia de enfrentar los desafíos con determinación.
Como persona de inspiración cristiana, recordé la enseñanza de Jesús cuando nos insta a aprender a estar agradecidos en cualquier situación, ya sea en la abundancia o en la escasez. También me hizo recordar las palabras del filósofo estoico Séneca, quien dijo: “No nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas”.
A veces, damos por sentadas nuestras capacidades y bendiciones sin siquiera detenernos a pensar en las dificultades que enfrentan otros.
Esta experiencia me enseñó la importancia de valorar cada día y cada situación, independiente- mente de las circunstancias, y de enfrentar los desafíos con valentía y altruismo.
Espero que esta historia pueda servir de inspiración para otros, como lo ha sido para mí. Con profunda gratitud y respeto, dedico estas palabras al joven menciona- do en mi relato, agradeciéndole la
lección de vida que me dio, a pesar de que él no lo sepa.
Llino González Quezada