Señora Directora:

La contaminación acústica no es algo nuevo en grandes urbes y generalmente está ligado al tráfico vehicular. Curiosamente, en el caso de Concepción, la problemática que he identificado radica en lugares sin vehículos, como es el paseo peatonal o la plaza de armas. La naturaleza pública de estos lugares permite a cualquier persona acapararlos y, si tienen poco criterio, generar cantidades abrumantes de ruido, a través de alto parlantes, espectáculos callejeros, etc.

Esta carta la comencé a escribir hace un tiempo, pero por miedo a parecer un transeúnte intolerante, dejé el escrito a medias. Sin embargo, decidí retomarla hace unos días después de escuchar en la radio un reportaje sobre locatarios penquistas denunciando que el ruido continuo “ya los tenía locos”. La legislación actual tiene un límite máximo de 85 decibeles (dB) de exposición continua a una fuente de ruido. Lamentablemente no cuento con un sonómetro para revisar, pero considero que el ruido estas áreas sobrepasa lo permitido por la ley.

Es interesante que algunas aves como el gallo ha desarrollado una especie de seguro auditivo, que amortiza el impacto del estridente cacareo que bordea los 120 dB. A veces uno los envidia.

José O. Valdebenito