Señora Directora:
Esta mañana, como tantas, me encontraba en un paradero de Hualpén esperando el transporte público para llegar a mi trabajo. Divisé entre el vapor de mis lentes empañados que venía el taxibus que me servía; alcancé a divisar que no habían pasajeros de pie, por lo que abordarlo era, para mi, una certeza. Cuando el conductor me vio la mochila, desvió su trayectoria y se volvió a incorporar a la pista rápida, acelerando como para disimular que me había omitido, seguro, por llevar mochila y parecer estudiante. Mi penitencia: esperar 15 minutos por el próximo bus. Pero volví a pecar: otra vez la micro me hizo el quite y ahora el castigo fue llegar 30 minutos tarde a mi escritorio. Y estoy seguro que volveré a pecar, no puedo esconder la mochila, voy a trabajar.
Romina Ortiz.