Carta al director

Un nuevo dieciocho

Por: Diario Concepción 20 de Septiembre 2018

Señor Director:

Pareciera que la efeméride nos obliga a ciertos rituales, mientras, al mismo tiempo, nos hace olvidarnos de su sentido profundo. Como anuncio de la inminente primavera, el país como que florece en Fiestas Patrias: los volantines de verdad y los de plástico comparten la brisa fresca colgados entre los postes al borde de los caminos, las camionetas transportan ramas de eucaliptus por doquier, escarapelas de papel y banderitas de nylon en boliches y supermercados y los anuncios en televisión cargados de patriotismo, asados y cuecas como señales inequívocas de una fiesta que pocos cuestionan y que simboliza un equivocado aniversario patrio. Pero qué importa que la fecha remita a un hecho real o forzado, si lo que importa pareciera es acordarse de que esta franja de tierra soberana, su historia e identidad, las comunes costumbres de la gente que la habita, son parte consustancial de todos nosotros.

La efeméride nos obliga a conmemorar una independencia el 18 de septiembre que en realidad no fue La independencia se obtendría el 5 de abril de 1818 en el abrazo de Maipú, aunque algunos digan que nuestro proceso de la de independencia es aún un tema pendiente, es cosa de ver nuestros conflictos no superados en la desigualdad social, la hegemonía de las minorías de las mismas minorías decimonónicas o nuestro subdesarrollo crónico.

La efeméride nos obliga a mirarnos al espejo para constatar que estos días a veces sólo nos embriagamos con nuestro propio hedonismo tras escondernos en el vino de liquidación del 3 x 2 del supermercado o los lomos vetados de oferta de la carnicería para reunirnos con compañeros de oficina y familiares para ser chilenos una vez al año con dos cuecas mal bailadas y 50 cumbias y guarachas.

La efeméride oculta nuestra verdadera identidad mestiza, la música sincera de todos los rincones de los rincones de provincias, islas, cerros y lagunas, el color del paisaje real más allá del cemento de los centros de las ciudades, o la ambición desmedida de una país del mercadeo, la competitividad, de las acciones del retail y los beneficios de las utilidades.

La fonda y la ramada exaltan un patriotismo falso de cueca de salón y chamantos de club de criadores, de canciones bobaliconas que reafirman la relación entre el huaso y la lavandera, el patrón y el peón. Y de repente no nos damos cuenta y somos parte de eso, de esa misma efeméride mediática más preocupada del exceso de alcohol en la sangre de los conductores enfervorizados que en mirar (se) como habitantes de una historia, un territorio y una cultura.

No importa si fue Portales o Alessandri, Montt o Balmaceda, Allende o Freire, si hemos sido todos o pocos quienes hemos dado sentido y razón a esta patria que se construye todos los días, lo importante es que quienes nos sentimos convocados por este símbolo, porque toda patria no es sino un símbolo, seamos capaces de reflejar nuestros propios derroteros en los derroteros colectivos que hagan más justa, fraterna y libertaria esta patria llamada Chile que requiere, ya no del brindis falso de una fecha en el calendario, sino el compromiso real de personas comprometidas por el bienestar del pueblo que es el de la verdadera patria.

La efeméride obliga a pensar que más allá de los discursos y los izamientos de bandera, que más allá de las copas y la parrilla, tenemos un desafío común, una tarea común, que pueda abrazar algunos valores más permanente en el desarrollo y la evolución de su gente, en el bienestar de los más necesitados, en la realización plena de sus hijos sin distinción, en la generación de trabajos dignos, en salud y educación igualitaria, en definitiva, en eso debiera consistir la celebración real de un país que nos es común por su lengua y su cultura, por su historia pero, sobre todo, por su futuro.

Rodrigo Reyes Sangermani

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