Señor Director:

Cada vez que alguien desafía mínimamente lo culturalmente establecido como correcto, dependiendo del tema, suele ser tachado de xenófobo, racista, sexista, fascista, clasista u otros “-istas” de moda. El concepto de corrección política o autocensura no es nuevo, incluso se teoriza que contribuyó en el fenómeno Trump al ser este en una especie de destape de lo que todos piensan pero nadie se atreve a decir. En Chile, el blanco de la mayoría de estos insultos es José Antonio Kast, un político que dice lo que piensa sin mucho temor a que le digan que “eso no se dice”.

Pero hay algo de lo que los opositores ofendidos no se dan cuenta: Si usan a la ligera palabras tan potentes como racista o xenófobo para etiquetar a alguien que se opone a la inmigración ilegal, homofóbico para alguien que defiende el matrimonio, o sexista para alguien que cree que ambos sexos valen lo mismo pero son diferentes;

¿Qué harían si surge alguien que sí cree en la superioridad racial, la inferioridad de un sexo sobre otro o el exterminio de la sexualidad no tradicional? ¿Usarían las mismas gastadas etiquetas carentes de sentido? Cuando se trata de extremista a alguien moderado se erosionan las etiquetas y perdemos el poder de denunciar a quienes realmente son discriminadores despreciables.

 

Cristobal Diaz Guitart