Carta al director

Coco y la reivindicación de la familia

Por: Diario Concepción 04 de Enero 2018

Mientras el mundo se mueve a gran velocidad, el cine ofrece de cuando en cuando películas que, como diría Camus, generan la sospecha de que existen otras cosas. Son filmes que nos provocan el mismo efecto que el ancla en el barco que navega sin pausa, es decir, nos remecen y desestabilizan. Nos frenan, en cierto sentido, y aunque parezca una contradicción, nos dan paz.

Esto me ocurrió con Coco, la última producción de Pixar inspirada en la fiesta mexicana del Día de Muertos. De la misma manera que Intensamente, esta entrega está llena de un mensaje tan profundo como actual. Se trata de la historia de un niño que adora la música, pero que, por motivos ancestrales, no puede cumplir su sueño de convertirse en músico. No es, con todo, la película de un niño que persigue sus sueños y hace todo por alcanzarlos. Esa sería una trama simple y, a estas alturas, trillada. Es, por el contrario, la película de un niño que se da cuenta de que hay algo más importante incluso que los anhelos personales. Una idea que, hoy por hoy, en medio de un exitismo descontrolado, es casi imposible de explicar.

La película trata, precisamente, de cómo el pequeño Miguel, en la carrera por la consecución de su pasión, choca de pronto con algo más grande que ella (aunque no necesariamente contradictorio). Comprende que su vida no tiene sentido si no se mira un poco más allá del propio ombligo. Cae en la cuenta de que tomar la misma decisión que su supuesto antepasado, Ernesto de la Cruz, es la peor decisión: que nada vale entregarse al mundo en abstracto si no nos entregamos primero a las personas concretas que nos rodean. En fin, entiende que, antes que la propia individualidad y sus intereses, está aquella primera e inmemorial comunidad que llamamos familia. Ya angustiado, Miguel le suplica a mamá Imelda que le dé su bendición con las palabras que resumen el mensaje de la película: “Mándame a casa con cualquier condición”.

Aunque la idea de la familia no caiga tan bien en algunos círculos políticos (algunos bien poco comprensibles), no deja de aparecer una y otra vez. Existe, por así decir, un sentido común de la familia que, a pesar de los esfuerzos, es imposible de extinguir. Sin embargo, el mensaje en favor de esta pequeña institución se encuentra a tal punto atrofiado (es difícil encontrar un discurso sobre la familia que no se refiera a la vida sexual de las personas) que toda su riqueza comunitaria muchas veces cae en la irrelevancia o el olvido.

Por eso lo que hace Coco es maravilloso, porque nos muestra los elementos que conjugan la experiencia familiar a través de un lenguaje extraordinario: colores, música, tradición, alegría, perdón, recuerdos, esperanzas. Nos dice, sin mediar ideología, que la familia, a pesar de los errores (el mundo perfecto no existe), es el hogar por excelencia donde, como lo retrata el altar de las ofrendas, se esconde el ciclo vital que nos otorga nuestra identidad. Chesterton diría que es el lugar donde nacen los niños y mueren los hombres.

Tal vez la razón de la pérdida generalizada del sentido de la vida —el verdadero sufrimiento humano— sea el deterioro de la familia. Volver a valorizar sus lazos, abandonando la lógica individualista, es, entonces, un desafío cultural y social de primera importancia. Quienes tengan la intención de emprender esta tarea, encontrarán en Coco un buen aliado. Lo principal, volviendo al inicio, es generar la sospecha de que existe algo más.

 

Cristóbal Aguilera M.

Coordinador legislativo ONG Comunidad y Justicia

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