Carta al director

Retratos de Aurora: Calle Bío Bío

Por: Diario Concepción 09 de Diciembre 2017

Señor Director:

“Allá detrás de la niebla, de esa gasa que envuelve el cielo durante semanas, se oscurece a las seis de la tarde, allá, en el fondo, está la Cordillera de los Andes, que me hace falta, como los amigos, como las pirámides de lechuga de Colina. La soledad es como una quemadura viva, pero no hay que quejarse, hay que actuar, te dicen…” “Gentes extrañas con las maletas en las manos, tratando de irse a Chile cada jueves y sintiendo la frustración de que el tirano es duradero. Y hablamos de nuestra tradición democrática, ¿cuál?. Si lo único que tenemos son unas mujeres, unas pocas que luchan y unos trabajadores bien organizados…”

Este texto pertenece a Manuel Miranda Sallorenzo de “Cuentos, Poemas y Testimonios de Chilenos en el Exilio”, recopilación realizada por el Comité Pro Retorno de Exiliados, Agosto 1983. El documento que conserva estos relatos está escrito a máquina, sobre papel roneo, tiene más de 30 años, sin embargo tan vigente.

No sé porque llegué a este texto, no sé si lo buscaba a propósito o simplemente me encontró en el camino de pensar que escribía este sábado. Los sentimientos son muy encontrados. El lunes pasado comenzaron los exilios, las familias de la Aurora se están yendo. Tienen 12 días para dejar sus casas, desarmarlas y dejar el sitio limpio.

Es un acto terrible, tremendo. No sólo deben dejar sus casas de siempre, sino que además deben ellos mismos tirar sus recuerdos abajo. Escuchaba el otro día hablar a la Aurora con otra vecina, y regañaba del polvo, del barro, que nunca había podido tener la casa limpia, que nadie les había puesto atención, que la pasta, la droga, eran cosa seria. Y que nadie hacía nada, que eran como invisibles. Pero ahora en las casas nuevas, la cosa es distinta: las calles están asfaltadas, hay alumbrado por todos lados, las veredas son parejitas, igual que las casas. Todas son iguales, todas tienen el mismo color. Ya dejaron de ser unas azulitas, otras verdes, otras café oscuro. Ahora son visibles, ahora los tomaron en cuenta. ¡Incrédulos! Son un simple número en un proyecto, un porcentaje en una estadística, un voto en una elección. Son exiliados, se tuvieron que ir a la fuerza. Con vergüenza algunos, con bronca otros, con pena muchos.

“Con un poco de penita sí, pero hay que irse, no queda otra. Fueron 53 años acá, toda una vida”. Y al hombre rudo, de seño fruncido, de semblante parco de la Calle Bío Bío, se le vuelven a llenar los ojos de lágrimas, mientras trata de desenredar un atado de cables que hacen las veces de soga para amarrar las pocas cosas que le quedan arriba del camión. Desenreda una y otra vez el mismo nudo, como tratando de estirar el tiempo, de no tener que hacerlo. Porque sabe que cuando saque el último mueble, el último cuadro, ya no queda nada ahí que lo ate a esa tierra. “Ayer lloraron mucho, lloramos mucho” me dijo otra vecina.

Don Armando Barrera me dejó entrar a su casa, fotografiarlo durante un rato largo. Aparecían y desaparecían gentes dentro de la casa. Pero cada uno dejaba una huella en las fotos. Como el cuadro con la foto de sus padres que estaba sobre una ruma de cajas y cosas. La limpió varias veces antes de mostrármela. La tenía en una mano, ya estaba descolgada, para guardarla, igual que los recuerdos.

“La soledad es como una quemadura viva, pero no hay que quejarse, hay que actuar…” Hoy me duele el pecho, la guata. Igual que Aurora que le están sacando los hijos, y dejando los espacios vacíos como en otros tiempos. Se me nubla la pantalla del computador para seguir escribiendo.

¡Hasta el próximo click!

Walter Blas

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