Carta al director

Retratos de Aurora: Camino a la Vega

Por: Diario Concepción 11 de Noviembre 2017

¿Cómo está Estimado Lector? Para mí en particular es muy grato el desafío de cada semana contarles una historia nueva sobre la Aurora. Ahora no va a creer que es tan fácil encontrarlas. A veces hay que escarbar un poco más, otras están ahí, a flor de piel, esperando a que uno solamente les ponga una oreja.

Y esto fue lo que sucedió de vuelta de Valparaíso. Aurorito no molestó en todo el viaje, más, ni sabía que había viajado con nosotros. Pero a la vuelta no se aguantó y me tuvo que contar un recuerdo que seguro le daba vuelta en la cabeza hacía rato.

“Sabe Don Walter, yo la acompañaba mucho a mi mamá a la vega que estaba en Caupolicán. Íbamos a hacer las compras de las verduras y esas cosas. Eso era cosa de todas las semanas. Pero un día se me ocurrió ponerme los zapatos bonitos. Esos que eran mis regalones.

No me acuerdo mucho quien me los regaló, pero eran lindos. ¡Brillaban por todos lados! Y me los puse nomás, si yo los quería usar, porque de verdad que eran lindos.
Llegamos a la vega. Mi mamá hizo las compras que tenía que hacer y ya nos estábamos volviendo para la pobla, cuando no voy y meto la pata en una alcantarilla. Mi piecito era chico, así que paso derecho por entre las barras de la reja.

La cosa es que al sacar el pie, el zapato no salió. Se quedó dentro de la alcantarilla. ¡Y no lo vi más!

Hicimos un par de intentos para ver si lo podíamos sacar, y nada. El zapato había decidido quedarse ahí. Así que no me quedo otra que irme hasta la casa con un zapato en un pie, y el otro “a patita pelaa”.

¿Se imagina la vergüenza? Llegar a la casa con un solo zapato, y más que eran mis regalones.”

Sinceramente no le puedo decir cómo me reí con esta historia. Pero Aurorito terminó de contarme la anécdota y salió corriendo a jugar con su pelota. Él es así, parece un picaflor, corre, salta, juega, y no para en todo el día.

Al parecer esta historia no lo dejaba ir a jugar, tenía que contármela. Y hecho esto, volvió a su cotidianeidad.

Y ahora que la estoy escribiendo creo que no fue al azar que esta historia haya aparecido en este momento. Ta vez en el momento me puede haber parecido sencilla, sin mucho contenido. ¡Qué menos le puede interesar a Ud. Querido Lector que un zapato perdido!

Pero todo tiene su lógica y su lugar. En estas semanas comienza una nueva etapa de erradicaciones y de partidas de la Aurora. Varias familias se tienen que ir. Algunas por decisión propia, otras porque no tienen otra opción. Pero la cosa es que al igual que la anécdota de Aurorito, al guardar las cosas de la casa, al empezar a embalar, también empiezan a aparecer los recuerdos. Esos que estaban olvidados. Una foto de los viejos que ya dejó de estar colgada en esa pared por muchos años, o esa otra que recordaba la inundación del 2006, cuando el agua llegaba a la cintura.

Pareciera ser que los recuerdos no entran en las cajas, no quieren ser guardados, y que se llenen de polvo. Por eso salen, por eso exigen ser contados. Y si bien parte puede ser verdad y parte lo tenemos que dejar a la bondad de la duda, todos ocurrieron en la Aurora. Esa Aurora que empieza a perder a los hijos.

Y como la historia de Aurorito, ya no se verán más, ya no estarán ahí, aunque los busquen. Porque al irse, las casas se van a demoler, y ese techo que cobijaba a una familia, humilde pero digna, se convertirá en un sitio eriazo.

Pareciera ser esa la lógica del Estado, derrumbar la memoria, arrasar con los recuerdos. Que todo quede planito, limpio, despejado.

Pero al igual que los pastos, si uno los corta, por algún lado aparecen de nuevo. Los recuerdos de la Aurora reaparecerán. Por los que los cuentan en primera persona, como si todavía los vieran. Los que cuentan lo que le contaron como ejercicio de memoria. O como yo, que se las cuento a ustedes, siendo un afuerino que por casualidad conoció a esta Aurora de la que es muy difícil no enamorarse.

¡Hasta el próximo click!

Walter Blas

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