La disidencia natural del alma y la apertura de espíritu, pueden deparar sorpresas notables. Una de ellas es haber descubierto en descampado el planeta Violeta Parra y quedar cosido a su estrella, en palabras de Huidobro. Mujer dadora de infinito. ¿Qué sería la vida si no hubieras nacido? Un mundo insondable, lleno de matices, imposible de recorrer entero; sin embargo, cualquiera de sus parajes rezuma humanidad.
Hay algo nuevo y distinto en el humanismo de Violeta Parra y que desplegó en cada lugar que habitó. Vivió intensamente de modo similar como vivimos la mayoría de los seres humanos. Amó con pasión a un hombre, tuvo hijos; vivió la tristeza infinita de perder a una hija; volvió a amar y a sufrir y siguió amando.
Y recorrió el país conociendo a las personas y su arte y reconoció una identidad y no sólo la transmitió. Ella encarna el Chile profundo, a sus habitantes sencillos y esforzados que amanecen antes que despunte el alba y se recogen después del crepúsculo. Ese Chile que empezó por el 1400 y que Violeta recoge sin excluir a nadie; el blanco, el mestizo, el indio y el negro son todos hermanos como cantaba uno de sus discípulos.
Vivió una época adversa para una mujer y más aún para una mujer con arte y estilo; no obstante, logró mostrar al mundo su creación. Nada la amilanó, redobló sus esfuerzos y creó belleza. Los desaires, desilusiones y desamores los respondió con arte.
Hay un pensamiento poético en Violeta, pero también un compromiso con el ser humano real, con el que vivió y compartió. No es el compromiso etéreo y vago con un ser humano abstracto o con una ideología o una utopía. Es compromiso social. El canto de todos que es mi propio canto.
Sus sueños se hunden en las entrañas del ser humano y de la tierra que habita. No hay nada en la vida de violeta que no esté revestido de grandeza. Hoy, Violeta es reconocida por la gente sencilla y por cualquiera institución de educación y de cultura mundial. No es sólo la inteligencia la que ilumina la vida de la humanidad, sino principalmente la nobleza de su espíritu.
Celebramos en estos días su centenario y el país se regocija y la recuerda. En cada rincón de Chile los niños cantan sus canciones. Y ¿Por qué no rendirle un homenaje vivo en saldar deudas con nuestros propios hermanos y que permanezca esa realidad setenta veces siete? Sugiero tan sólo dos de muchas posibles. La primera, un compromiso país para que no haya ninguna niña o niño sin pan, madre o padre y la segunda, que nuestros hermanos indígenas vivan en su propia tierra. La tierra es su mundo. ¿Hace falta mucho esfuerzo e inteligencia? Por cierto, pero sobre todo grandeza de espíritu que generosamente nos regaló Violeta Parra.
Salvador Lanas Hidalgo
Director académico de Escuela de Liderazgo
Universidad San Sebastián