Carta al director

Retratos de Aurora: De Conce a Talca los pasajes

Por: Diario Concepción 26 de Agosto 2017

Por Walter Blas.

Dicen los que saben: -“que uno no es profeta en su tierra”, pero en este caso la Aurora es presencia en su tierra. Y mire que tan así será, que hace unos días el cartero golpeó la puerta de la casa de Aurora y le entregó una carta.

La carta venía de Santiago, de una tal María Soledad y decía: “Amiga Aurora. ¿Cómo estas? Gracias por compartir tu experiencia, creo es un trabajo muy valioso. (María Soledad estuvo la semana anterior a esta carta en Concepción) Por lo mismo le propuse al Comité de Memorias del Mundo de la Unesco, invitarte el próximo 25 para la mesa de experiencias regionales.

Este jueves me pongo a escribir lo que usted lector leerá este sábado pero desde Talca. Por supuesto que Aurora dijo que sí, que quería compartir sus historias más allá del puente, más allá del Mall, más allá de un ciudad que la trata con muy poco respeto.

Y tomó un bolsito chiquito. -¡Para que más! Con esto basta y sobra, el resto va acá adentro, señalándose el pecho y la cabeza. Y salimos para el terminal, a buscar pasaje. Firme, seria, como si siempre hiciera esto, casi tranquila, pero por dentro como cuando era adolescente y todo le llamaba la atención.

Hay momentos que la miro y veo a la vecina combativa, que no se desprende de sus contingencias, y tomando el café en la espera de la salida del bus no deja de pensar en sus vecinos y en lo que todavía le queda por conversar. Y otras veces la vuelvo a mirar y la veo de niña, jugando con su celular, desconectada del mundo y viviendo la vida. Pero son la misma, y parecen tan distintas. ¿O son varías Auroras y yo no me di cuenta?

El día esta gris, muy monótono, pero el viaje es entretenido. En un momento, me preguntan cómo llegué a Conce, cómo conocí a mi esposa, cosas que en la vorágine del día a día no pudimos conversar en el tiempo que nos conocemos. Pero lo rico es todo lo que ella me cuenta. Es un privilegio ser testigo de esta memoria viva de Concepción.

Me contaba, mientras miraba por la ventanilla como el paisaje iba cambiando, que cuando era niña su mamá la llevaba mucho al cine. De ahí cree, y de su desplante en el colegio, que le viene lo actoral. Me contaba que en Concepción había como once cines. Que había algunos más temáticos que otros. Unos pasaban películas de charros mexicanos, mientras que otros pasaban películas de cantantes como Sandro, por ejemplo.

Sus ojos reflejaban en el vidrio empañado del bus esas postales de un Concepción que ya no existe. De vez en cuando limpiaba el vidrio con el brazo como queriendo borrar ese recuerdo para que apareciera otro. Me contaba del Cine Rex, o el Lido, o el Astor. Todo empezó por una picada en la carretera que tenía este nombre. Antes, desde hacía como una hora, veníamos hablando de otra cosas. Cosas que son experiencias de vida, que ayudan a entender el porqué Aurora es así.

Me contó que trabajó como supervisora en una fabrica de calzado, y las historias que conversaba con su compañero de trabajo cuando salían a visitar los talleres donde elaboraban los zapatos. Después me contó que hasta trabajó en una fábrica de muebles, y de cómo allí nació su vocación de servicio.

“Una vez la fabrica andaba muy bien. Nos llegó un pedido de muebles muy grande y la producción aumentó mucho. Hablando con los otros compañeros pensamos que si había más trabajo, también había más ganancias, y era justo compartir algo con nosotros. Así que partimos a hablar con el dueño. Y cuando nos recibió, ¡cantaban los grillos!. Nadie abrió la boca, y yo tuve que hablar.”

De ahí creo que le viene esto de ser dirigente, de velar por el bienestar común sobre el individual. Que los problemas son de todos, pero las soluciones también. De ahí creo que viene la cuna de esta Aurora que es firme pero maternal a la vez.

“A veces no nos salían las cosas tan bien. Otra vez en otra pega fui a hablar por lo mismo y a la semana tenía la carta de despido. Pero una se va tranquila –me dice mirándome a los ojos-, por que hace lo que corresponde”.

Todo esto entre Concepción y Parral, nos faltaba poco para llegar a Talca. Y era lógico, los nervios crecían y la incertidumbre por la llegada también. Y como buena niña chica, se levantaba, iba al baño, venía, se sentaba de un lado, se cambiaba de asiento, volvía a levantarse. Y al final llegamos a Talca. María Soledad, nuestra anfitriona nos esperaba en el Liceo Abate Molina. Un edificio con más de ciento noventa años de historia en sus pasillos, la Aurora se sentía en casa, sus calles son iguales. Dejamos las cosas, conversamos un rato mientras almorzábamos una carne a la olla que se cortaba con solo mirarla.

“¿Acá hay dirigentes de otras poblaciones?” No, le contesté sólo tú. Mira la importancia de lo que haces, que te invitaron a contarlo ante gente que hace otras cosas. Para muchos de los que están acá el tema de la memoria, del patrimonio, de conservar los registros pasados es cosa de trabajo. Es su pega. Tú lo haces por que sabes que es necesario y que es lo que corresponde.

“¿Pero son todos profesores?” No sé, volvía a contestarle. No importa eso, acá importa las años que tienes encima, las historias que me vas contando, el trabajo de rescatar como granitos de arena la memoria de cada día.

Lo que les cuentes, va a ser importante. Cada cosa que reflejes en las paredes del Liceo Abate Molina es valioso. Ahora sólo disfruta de poder sentirte importante sabiendo que eres importante. En un momento se desespera y me dice: “-¡Pero no escribí la tercera parte de la nota!, me quede en la cola del chancho”. Se sonríe y me empieza a contar la historia del chancho, pero esa historia es para la próxima, ahora mientras usted lee esta nota Querido Lector yo me voy a escuchar a la Aurora.

¡Hasta el próximo click!

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