Política

Asambleísmo, infantil enfermedad del izquierdismo

El asambleísmo se ha convertido en el mejor ejercicio de "democracia autogestionada", donde solo vale e importa lo que digan y hagan quienes son participes de aquella dinámica.

Por: Diario Concepción 12 de Julio 2016
Fotografía: imagenPrincipal-4698.jpg

El asambleísmo se ha convertido en el mejor ejercicio de "democracia autogestionada", donde solo vale e importa lo que digan y hagan quienes son participes de aquella dinámica. 

Danny G. Monsálvez Araneda 
@MonsalvezAraned

La Asamblea, entendida como un legítimo espacio de encuentro, dialogo, debate y mancomunión de diversos actores y opiniones ha derivado en los últimos años en el mentado asambleísmo, una especie de fetiche, tótem o lugar sagrado donde todo se conversa, resuelve, soluciona y tiene las propuestas más básicas y concretas hasta las estrambóticas que uno se pueda imaginar. 

Desde las decisiones sobre impulsar alguna acción, ya sea toma o paro de actividades, en este caso estudiantiles, pasando por el dialogo o mejor dicho la autorreferencia de quienes allí participan, hasta llegar a cosas específicas como discutir si un académico puede ingresar a su oficina de trabajo en un espacio que se encuentra tomado.

De esta forma la Asamblea como espacio fraterno, de respeto y tolerancia ha degenerado en el asambleísmo como práctica intolerante, vehemente, autoritaria y excluyente, el cual se busca presentar como la panacea de todos los problemas de representación y legitimidad que tiene un determinado grupo de estudiantes, aquellos que ven en este espacio la realización máxima de la autonomía y deliberación política o popular de sus integrantes.

Este asambleísmo del cual tanto pregonan los estudiantes movilizados, busca presentarse como la única y exclusiva forma de expresión democrática (popular) de los compañeros conscientes y organizados. En otras palabras, ser partícipes del asambleísmo no solo te valida como integrante del colectivo, sino también te legitima políticamente; es decir, restarse de aquello, te convierte de inmediato en un sujeto sin voz ni voto, sin derecho alguno. En otras palabras, un "paria estudiantil", excluido de las determinaciones que se adopten.

En el asambleísmo se congregan quienes se sienten mandatados a encabezar los procesos de cambios y transformaciones revolucionarias. Allí están quienes sienten el llamado y la responsabilidad histórica de convertirse en protagonistas de la historia. Son quienes, cargados de una subjetividad y heroísmo, piensan que la historia no le puede pasar por al lado o ir delante de ellos; más bien son ellos los que impulsan o conducen el carro de la historia, léase de las transformaciones al servicio de un pueblo que espera ávido los cambios.

Pero no es todo, el asambleísmo se ha convertido en el mejor ejercicio de "democracia autogestionada", donde solo vale e importa lo que digan y hagan quienes son participes de aquella dinámica. El resto sólo escucha, acata, incluso se "ilustra" y hasta "ilumina" con lo que dicen, pregonan o vociferan los más "preclaros".

Allí están los líderes (léase voceros, representantes o delegados) quienes impulsan el asambleísmo. Ubicados en lugares estratégicos al interior de una sala o auditorio, dispuestos a tomar la palabra o intervenir cuando la situación se puede poner adversa o bien para arengar con lugares comunes o bien con dos o tres frases sacadas de algún autor marxista o anarquista al resto de los asistentes, que en general van a escuchar a una especie de mesías o predicador que los iluminará con un mensaje redentor, que no tiene otro objetivo que incentivar a los asistentes a la acción (directa).

Disidencia "deseable"

¿Y las voces disidentes, existen? Indudablemente que sí, pero son más bien simbólicas, testimoniales, podríamos decir que son hasta necesarias y funcionales al asambleísmo; es decir, sus críticas y disidencias sirven a los guardianes del asambleísmo para legitimarse ante el resto o los que siempre asisten a este espacio. 

El asambleísmo, es la deidad hecha carne, masa o grupo. Es el espacio en el cual se logra la realización máxima (hasta el paroxismo) de quienes allí se congregan. Se ven las caras (sin capucha), se lisonjean, se leen entre ellos, leen lo que a ellos les parece correcto y necesario, buscan a los (potenciales) enemigos de la causa (políticos, empresarios, militares, compañeros, hasta profesores y autoridades universitarias). 

Algunos se autoflagelan teóricamente, elucubran potenciales escenarios (como si estuvieran en una guerra), abrazan la revolución del voluntarismo, hasta plantearse cuál de todos está más a la izquierda de la izquierda. Es decir, quien es el más revolucionario de todos y quiénes y cómo se convertirán en la vanguardia del proceso de cambios.

Por eso, no confundamos, incluso se hace necesario separar, al movimiento estudiantil y sus legítimas demandas con estas prácticas que se han enquistado en determinados espacios de la Universidad y que constituyen la expresión más limitada de como un grupo minoritario, pero organizado, que por ser tal, logra manejar, dominar e imponer sus prácticas y discursos monocordes a una mayoría que por ser tal, está desorganizada. 

De ahí entonces que el asambleísmo se convierta en la mezcla perfecta de anacronismo, autoritarismo y oligarquización estudiantil. Donde en nombre de una mentada democracia, participación, representación, legitimidad y otras tantas consignas carentes de todo sentido, se termina por convertir (degradar) en la enfermedad infantil del izquierdismo.

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