Pablo Gaete Villegas
Director de Balmaceda Arte Joven Biobío

Con motivo de un nuevo aniversario del estallido social, el denominado 18/O, se abrió nuevamente el debate respecto de las causas y contextos de aquella masiva y en ocasiones violentas manifestaciones ciudadanas.  Los analistas han puesto el acento en la permanencia o no de las demandas que lo originaron, en la magnitud de los hechos vandálicos o de las violaciones a los DDHH por parte de las fuerzas del orden. Pero hubo otra dimensión que con los años se ha diluido. En ese flujo de energía y bronca contra el sistema apareció con fuerza, especialmente entre el mundo juvenil, una diversidad cultural y territorial que simbolizaba las identidades emergentes. 

Sin duda, este fenómeno reciente no es exclusivo de nuestro país. Estamos siendo testigos a nivel global, de un retorno de las narrativas autoritarias, hegemonizastes, que niegan toda diversidad y expresión de lo diferente, negando incluso aspectos comprobados por el avance de la ciencia. 

“Si en Lonquimay la nieve / resbala de las hojas / llega la nieve donde estoy. / Crece en mí el trigo oscuro de Cautín. / Yo tengo una araucaria en Villarrica, / tengo arena en el Norte Grande, /cantaba Neruda en el poema “Cuando de Chile”, dando cuenta de la enorme diversidad de nuestro territorio. De nuestros ecosistemas diríamos hoy.  Pero hoy el Estado chileno en sus discursos oficiales parece no reconocer ni asumir esta rica diversidad cultural en sus actos institucionales. Recién pasado el mes de septiembre con su carga de hitos dolorosos de nuestra historia reciente, y las Fiestas Patrias, que aglutinan a la familia con sus tradiciones culinarias y juegos que se simbolizan en la empanada, los volantines y la cueca, pudimos ver a través de la televisión, que en la parada militar, donde se reúne toda la institucionalidad democrática, sigue monopolizando la representación simbólica del país el Club Gil Letelier con sus huasos y chinas de la zona central; y por  tanto la representación del imaginario hegemónico del Chile oligárquico del siglo XIX que, destacaba solo  la cultura de los habitantes de descendencia hispánica, desconociendo todo el proceso de mestizaje e ignorando aún más a los pueblos indígenas que poblaron este territorio desde tiempos ancestrales. 

A ratos pareciera que en el país no existiera el folklore del norte andino. Con sus trotes y cachimbos. Y la cueca nortina. O la cultura de Chiloé con sus periconas, sus sirillas, sus mingas y sus curantos. Y por supuesto la cueca chilota. O la cueca minera que se cultiva y baila aun en Lota y Coronel. Ejemplos sobran. Están a la vista y no los vemos. No se trata aquí de desconocer los elementos sociales de la hacienda, ni la importancia de la cultura agrícola de la zona central en la formación de la república, pero hoy el país es mucho más diverso, con un espesor cultural más profundo y de trama compleja. Que interesante sería pensar en el futuro una Parada Militar que incluyera todas estas expresiones de la danza nacional que existen en nuestro territorio.