Dra. María Graciela Badilla Quintana
Vicerrectora Académica UCSC

Si bien los procesos de innovación en la Educación Superior han sido constantemente impulsados por cambios generacionales, políticos y sociales, durante el último tiempo han cobrado especial relevancia dado el contexto de pandemia y post pandemia que enfrentamos. Los procesos de implementación tecnológica, que se habían estado desarrollando incipientemente, experimentaron una ventana de oportunidades inédita, especialmente el teletrabajo y la enseñanza a través de medios telemáticos de manera sincrónica y asincrónica, con lo que las universidades nos vimos en la necesidad de promover procesos de innovación en la docencia.

Esto implicó intensificar en muy corto tiempo el uso de las tecnologías de información y la comunicación (TIC) en el proceso formativo para promover la colaboración y participación, procurando asegurar la integridad y el logro de los resultados de aprendizaje comprometidos. El regreso a la presencialidad, sin embargo, no sólo evidenció la necesidad de rescatar y nivelar los aprendizajes obtenidos tras dos años con clases virtuales, sino también considerar las necesidades psicoeducativas y carga emocional de los estudiantes producto de emergencia sanitaria sin precedentes, que, sin duda, reveló las complejidades del proceso formativo en la Educación Superior.

Hoy, instituciones como la UCSC, trabajamos con un modelo educativo que busca fomentar el aprendizaje activo de los estudiantes, con la tarea de formarlos como agentes de cambio conscientes y comprometidos con su entorno. Todo esto, implica desarrollar procesos de innovación en el aula, que involucren el reencuentro y el aprendizaje entre pares, que potencien la colaboración, donde el estudiante asuma el protagonismo y se reencante con su proceso formativo, desarrollando competencias, incluso, más allá de lo disciplinar. En este contexto, es de especial importancia desarrollar programas de apoyo que favorezcan la formación, acompañamiento y colaboración, no sólo entre estudiantes, sino también entre docentes.

Actualmente se espera que la innovación educativa sea un mecanismo que promueva la adaptación de los estudiantes, tanto a las clases presenciales como a las nopresenciales, mejorando su motivación por aprender, así como también la motivación de los docentes por enseñar, impulsando interacciones mutuamente beneficiosas.

Del mismo modo, se busca fomentar el aprendizaje activo, promover que los estudiantes asuman un rol protagónico y desarrollen competencias más allá de lo disciplinar, como profesionales íntegros que contribuyen al desarrollo de la sociedad a través de las comunidades en que se insertan. En efecto, entre los resultados esperados de la innovación educativa está mejorar las tasas de retención, de aprobación y de titulación oportuna, pero, además, la innovación educativa resulta ser un recurso poderoso que permite formar profesionales que cuenten con herramientas adecuadas para sortear los desafíos de la sociedad actual.