Opinión

El monje que dormía en su telescopio

Hasta avanzada edad, John Dobson recorrió su país y el mundo con su gran telescopio a cuestas, predicando la astronomía callejera en sitios tan apartados como China, Rusia y Chile. Amante de lo simple, en más de una de esas travesías durmió dentro del gran tubo de cartón. “Lo bueno de dormir dentro de un telescopio”, decía Dobson, “es que no te puedes caer de la cama”.

Por: Diario Concepción 19 de Mayo 2022
Fotografía: Roger Leiton Thompson

Dr. Roger Leiton Thompson
Centro para la Instrumentación Astronómica (U. de Concepción),
Observatorio Las Campanas (Carnegie Institution for Science)
y la Fundación Chilena de Astronomía.

“Venga, acérquese a ver la Luna” grita un sujeto junto a lo que parece un grueso cañón de 2 metros de largo. Quienes se acercan a mirar por el orificio al costado del gran tubo invariablemente dan una inhalación de sorpresa, al tiempo que el hombre relata maravillas sobre el Cosmos con simpleza y humor. El artilugio es en realidad un telescopio hecho por John Dobson (1915-2014), el monje que revolucionó la astronomía a bajo costo.

Nace en China de padres misioneros norteamericanos y cuando su familia retorna a EE.UU. estudia química y matemáticas. Fascinado por el hinduismo, en 1944 entra a un monasterio Veda en San Francisco (California) con la misión de reconciliar aquellas doctrinas orientales con las leyes físicas del Universo. Esa búsqueda lo lleva a desear tener un telescopio.

Para entonces un telescopio comercial era un artículo complejo de armar y transportar, además de un lujo para el norteamericano promedio y más aún para un monje. Así, en 1956 Dobson decidió construir uno con puros desechos: el vidrio para el espejo salió de claraboyas de un barco viejo, el cuerpo eran grandes tubos de cartón desechadas por empresas, la base móvil y otras terminaciones eran de madera, trozos de plástico y lentes de binoculares. El suyo era una adaptación del telescopio de Newton: un tubo con un espejo curvo al fondo que concentra la luz hacia adelante donde un espejo más pequeño la saca a un costado hasta un lente pequeño que produce la imagen; todo montado sobre una plataforma fácil de apuntar en cualquier dirección del cielo.

Dobson quedó tan fascinado con el resultado que decidió compartirlo con el mundo. Para 1967 ya había construido 17 telescopios y, de paso, violado la regla del monasterio de no ausentarse sin permiso: salía de noche con un carretón con telescopios para enseñar astronomía al vecindario. Luego de 23 años de servicio, expulsan al monje astronómico.

Forzado a colgar los hábitos monacales, el excéntrico y pragmático Dobson se convierte en evangelizador de la astronomía callejera. En 1968 crea con un par de amigos el Club “Sidewalk Astronomers” (“astrónomos de vereda”), movimiento de amantes de la astronomía que enseñaban a otros a hacer sus propios telescopios y a observar el cielo desde las calles de California. El “Dobsoniano”, como es conocido, es hoy un telescopio popular entre los aficionados: es liviano, fácil de transportar, ensamblar y usar. Y, sobre todo, es barato. En comparación con telescopios comerciales de similar tamaño, tiene la mejor relación precio-tamaño del mercado: capta más luz (lo que permite observar objetos celestes más débiles) por menos dinero.

Hasta avanzada edad, John Dobson recorrió su país y el mundo con su gran telescopio a cuestas, predicando la astronomía callejera en sitios tan apartados como China, Rusia y Chile. Amante de lo simple, en más de una de esas travesías durmió dentro del gran tubo de cartón. “Lo bueno de dormir dentro de un telescopio”, decía Dobson, “es que no te puedes caer de la cama”.

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