Opinión

¿Cuál debe ser el aporte de la universidad a la sostenibilidad?

La sostenibilidad va más allá de las implicancias ambientales del desarrollo, ya que en términos económicos se debe avanzar en la elaboración de modelos que permitan poner en el centro de la discusión el bienestar de las personas, pero también los límites ambientales de la intervención del territorio.

Por: Diario Concepción 17 de Enero 2022
Fotografía: Cedida.

Dr. Ricardo Barra Ríos
Académico Fac. Cs. Ambientales
Director Centro Eula
Universidad de Concepción

Se ha instalado en la opinión pública el concepto de sostenibilidad y desarrollo sostenible, término acuñado hace algunas décadas por la Organización de las Naciones Unidas, y que se concreta en los ahora denominados Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030 (ODS), que los países del mundo -incluido Chile- se han comprometido a alcanzar para fines de esta década.

Estas son metas de desarrollo, que tienen un componente ambiental significativo. Intenciones muy nobles como el fin de la pobreza, o la promoción de la equidad de género, además de la mantención de la biodiversidad y el acceso a agua limpia y saneamiento. También la generación de ciudades sostenibles, y el combate al cambio climático, entre otras.

Estos objetivos cubren todas las dimensiones de la actividad humana, y se comprometen a asegurar que las generaciones futuras puedan contar con un ambiente, como el que nuestra generación ha disfrutado. Esto, manteniendo un balance entre las dimensiones sociales, económicas y ambientales del desarrollo. Un equilibrio que, sin duda no es simple, ya que durante las últimas cinco décadas ha predominado el factor monetario como primordial.

No se trata de discutir el rol del crecimiento en su aporte al desarrollo. Sin embargo, esta aparente bonanza no ha sido suficiente, ya que a pesar que desde la década de los noventa nuestro país ha quintuplicado el indicador más utilizado, como es el Producto Interno Bruto (PIB), esto también ha implicado costos importantes.

Porque, aunque hoy Chile es más rico que hace algunas décadas, esto se ha logrado a expensas de un largo proceso de degradación ambiental y de inequidad social, factores que en parte explican el estallido social del año 2019. Entonces, en medio de esta crisis social, económica, sanitaria y ambiental ¿qué papel deben jugar las universidades?

Hoy vemos cómo se ha instalado el discurso de una educación universitaria sustentable, que se compromete a contribuir a alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible y sus metas. ¿Qué podría significar esto último en la práctica? La sostenibilidad, en su concepción más amplia, implica un fuerte compromiso de la acción universitaria en la implementación de estos objetivos (ODS).

En primer lugar, a nivel de la organización, y teniendo en cuenta la realidad de la región donde se encuentra inserta. Un compromiso que debe estar siempre en el corazón de cada casa de estudios, y que además debe ser promovido en conjunto. Desde sus máximas autoridades, a través de sus políticas (por ejemplo, lo que se ha avanzado en términos de equidad de género), hasta las acciones de formación de capacidades, tanto al interior de la institución como en su promoción hacia los gobiernos locales y la sociedad en su conjunto.

Asimismo, la importante actividad de investigación que universidades como la nuestra realizan, debe considerar también en su diseño los aspectos del desarrollo sostenible que aporta cada acción, proyecto o centro de investigación.

Porque la sostenibilidad va más allá de las implicancias ambientales del desarrollo, ya que en términos económicos se debe avanzar en la elaboración de modelos que permitan poner en el centro de la discusión el bienestar de las personas, pero también los límites ambientales de la intervención del territorio. Para esto hay que considerar -por ejemplo- las restricciones que hoy nos impone el cambio climático en el tema hídrico, o las fuentes de energía que vamos a promover, instalando en primer lugar el cultivo de una acción que es la más conveniente y sostenible en el tiempo como lo es el ahorro, y luego desarrollando las alternativas adecuadas para el establecimiento de una actividad productiva, que incorpore elementos de economía circular desde su diseño.

Allí la universidad también debe jugar un rol, a través de la contribución del conocimiento para una planificación sostenible del territorio, que contemple la conservación de ecosistemas clave, como por ejemplo, como aquellos que proveen agua. También con el adecuado diseño de las ciudades y la comprensión de la sociedad y su heterogeneidad, junto a factores culturales y artísticos, que también conforman aspectos de la sostenibilidad.

Nuestra comprensión es, por lo tanto, una concepción integrada, donde cada acción que emprenda la institución universitaria en todas sus funciones debiera contemplar objetivos, metas e indicadores de sostenibilidad.

En lo que concierne a la formación, uno de los sellos que debiéramos incorporar en el modelo educativo universitario es justamente, el de la responsabilidad y compromiso con la sostenibilidad. Formando así en cada egresado de nuestra casa de estudios, profesionales capaces de entender las complejidades que nos presenta el Siglo XXI, pero también capacitados para actuar en un medio donde la constante es el cambio.

Porque las instituciones exitosas capaces de sobrevivir a este siglo de incertidumbres y crisis, van a ser aquellas que sepan leer en forma correcta estos cambios y tener la suficiente flexibilidad para adaptarse a esos nuevos escenarios, cada vez más demandantes, donde el “hacer” va a ser tan importante como el “decir”.

Así también, se necesitará el tipo de audacia que ha demostrado desde su creación la Universidad de Concepción y que permitió, por ejemplo, la creación de centros de investigación pioneros en su campo como el Eula y tantos otros, que nos ayudan a avanzar en forma decidida hacia metas de sostenibilidad, pero que sí o sí requieren de ese compromiso institucional.

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