Opinión

De supremacismos morales

Toda persona que ejerce un cargo público, incluido el de convencional constituyente, es un ciudadano más, con una responsabilidad enorme que debe asumir con prudencia y templanza. No es un comisario o vigilante político con licencia para censurar y juzgar ideológicamente a los que piensan diferente, aprovechándose de un terreno abonado con el sectarismo y las simplificaciones, contrarios a los matices y a la diversidad. Buscar y encontrar un punto de convergencia en la diferencia es hoy una urgencia.

Por: Diario Concepción 30 de Junio 2021
Fotografía: Raphael Sierra P.

Andrés Cruz Carrasco
Abogado, doctor en Derecho.

Hay una predisposición de los más intolerantes para rechazar lo que la ciencia ha hecho evidente, sencillamente porque se considera inmoral o porque no es “lo correcto” conforme a ideologismos trasnochados o para oponerse sin ningún tipo de argumento para ganarse un “me gusta” en las redes sociales y conquistar a la turba furibunda, evitando así toda posible “funa”, o riesgo de ser etiquetado como un hereje.

Descalificar en lugar de argumentar, en nombre de cualquier cosa que se dice representar. Mejor obviar todo lo que ha sido demostrado cuando es contrario a la retórica de moda y exponerse a incómodas observaciones que desnuden la ignorancia y revelen al fanático detrás de un discurso blindado, pero que sólo sirve para guarnecer un panfleto. Con esto no sólo se rechazan otras ideas o posiciones, sino que también toda posibilidad para discutirlas. El debate es tenido como un insulto o una provocación, y los más moderados deciden que es mejor, por el momento, guardar silencio. Además de los convencidos o devotos de la nueva cruzada moral, están los que por inercia o cobardía se suman.

Sin los aportes de la ciencia y los aprendizajes adquiridos desde la historia y la filosofía, perdemos toda posibilidad de tomar buenas decisiones. Quedamos a la deriva y expuestos al riesgo de naufragar ante los supremacismos morales. Desde la cómoda posición de quien se dice “puro” y “casto” moral de puede insultar y vetar, obviando los argumentos. Félix Ovejero señala al respecto: “Y agrava aún más las cosas el hecho de que tal deriva se practique desde el supremacismo moral de un pensamiento originalmente progresista que, de este modo, reniega de su original inspiración ilustrada. Es decir, el progresismo se vuelve contra el progreso científico y, por tanto, contra uno de sus clásicos compromisos, la búsqueda de felicidad”. No podemos renegar de la política racional, que no debe confundirse con hacer las cosas en la medida de lo posible. Hay que resistirse a la tentación extremista de quedarnos encerrados en entelequias dogmáticas de trinchera, rehuyendo del indispensable diálogo democrático.

Toda persona que ejerce un cargo público, incluido el de convencional constituyente, es un ciudadano más, con una responsabilidad enorme que debe asumir con prudencia y templanza. No es un comisario o vigilante político con licencia para censurar y juzgar ideológicamente a los que piensan diferente, aprovechándose de un terreno abonado con el sectarismo y las simplificaciones, contrarios a los matices y a la diversidad. Buscar y encontrar un punto de convergencia en la diferencia es hoy una urgencia.

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