Opinión

De participación y emoción

La institucionalidad debe abrirse a la participación ciudadana no sólo para validar las decisiones políticas que se adopten, sino que también para incorporar la perspectiva de quienes padecen el problema, de modo tal que estos ciudadanos se transformen en actores de la solución.

Por: Diario Concepción 23 de Junio 2021
Fotografía: Cedida

Andrés Cruz Carrasco
Abogado, doctor en Derecho.

Las emociones se desatan ante una situación específica, según los prejuicios y la información de la que disponemos. Depende de cuál es el marco que se nos ha inculcado para comprender el mundo. De este modo, las estrategias que abordamos para la solución de los problemas dependerá de este prisma, que puede conducirnos a equivocarnos por los sesgos preexistentes. De allí que sea tan importante la inclusión de los que padecen el problema al momento de diseñar las políticas públicas. El buenismo o la supuesta objetividad de los expertos resulta ser insuficiente. Los expertos, como cualquier otro ser humano, obran conforme a un marco conceptual para leer la realidad desde sus respectivas vivencias, lo que resulta ser mucha veces insuficiente para abordar problemas sociales determinados.

La institucionalidad debe abrirse a la participación ciudadana no sólo para validar las decisiones políticas que se adopten, sino que también para incorporar la perspectiva de quienes padecen el problema, de modo tal que estos ciudadanos se transformen en actores de la solución. Una visión que sólo las considere como víctimas necesitadas de caridad pública o privada implica una cosificación de estos seres humanos. Sólo de este modo se llegará a materializar una genuina y honesta empatía, más allá de la pura fanfarrea retórica, que puede usar varias veces y de forma bastante convincente la expresión “pueblo”, sin explicar quienes forman parte de él y a quienes se excluye o se veta, incluso arrogándose vocerías que nadie les ha conferido. De esta manera, se termina excluyendo a quienes se dice representar en el discurso, replicándose, en los hechos, las prácticas políticas más tradicionales y añejas, de las que en público se reniega una y otra vez.
No se trata de abominar la técnica ni a los expertos. Así como una política de expertos puede devenir en un autoritarismo tecnocrático, la política sin expertos puede culminar en un totalitarismo populistas, sin que los que actúan, de buena fe pero sumidos en una profunda ingenuidad, logren después revertir el proceso que se ha desencadenado.

La participación ciudadana resulta siempre indispensable, para evitar el desvarío de minorías fanáticas que ante el silencio o desidia popular, pueden llegar a imponer sus términos y condiciones, poniendo en riesgo a la democracia, que se encuentra en peligro, paradójicamente, por la actitud de aquellos que se pretenden sus defensores, que explotando las emociones y prejuicios de los más cándidos, podrían conseguir transformarla en una palabra vacía, estampada en un pedazo de papel que se llama constitución.

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