Opinión

La elusiva belleza de lo intraducible. Parte 1: “Czuć do kogoś miętę”

En un eventual contacto alienígena, ¿Cómo podríamos entonces comunicarnos efectivamente con una mente extraterrestre que evolucionó independientemente en otro planeta? ¿Qué ideas podríamos compartir y cómo?

Por: Diario Concepción 25 de Febrero 2021
Fotografía: Roger Leiton

Dr. Roger Leiton THompson
Centro para la Instrumentación Astronómica (CePIA). Departamento de Astronomía, Universidad de Concepción.

Desde ahora descargaré en ti las ideas que pensé para este texto y las reproducirás con fidelidad dentro de tu cabeza; ¡felicitaciones, eres capaz de leer mi mente! Pero soy yo quien tiene el control aquí; fíjate: “Un león muerde tiernamente el cuello de una gacela por las calles de Concepción”: esta escena aparece inmediatamente ante tí, como si estuvieras ahí, escuchando y sintiendo; ¡felicitaciones para mí, he hackeado tu mente! Cerebro, mente, lenguaje y comunicación funcionan en sincronía para decodificar lo que te quiero decir y así compartir contigo la realidad que percibo o que imagino. Podemos hacerlo porque somos humanos y compartimos un tipo de cerebro que ha evolucionado para esto. ¿Y si quisiéramos conversar con un alienigena? ¿Cómo éste vería la realidad? Ni idea de cómo funciona el cerebro de un extraterrestre (en caso que tengan), pero algo sabemos sobre el nuestro.

Tu cerebro está encerrado dentro de tu cabeza, en silencio y oscuridad. Recibe datos del mundo exterior en forma de señales electroquímicas recolectadas por el resto de tu cuerpo. Una oleada constante de señales de cada uno de los sentidos es procesada por una red de más 100 mil millones de neuronas cerebrales, cada una compartiendo decenas de impulsos cada segundo con otras miles. Partes del cerebro se ocupan de la visión, sonido, tacto, movimiento, gusto y olor. Pero ninguna funciona por separado; cada una depende de su interacción con las otras. Así, para que un bebé navegue hábilmente por el mundo, antes debe enriquecer su experiencia visual tocando, gustando, escuchando, oliendo y moviéndose. El cerebro cruza y compara toda esa información, la entreteje y a cambio nos regala la sensación de estar viviendo un momento. Sin esfuerzo e instantáneamente, tu cerebro busca patrones en este tsunami de datos y los ensambla. Así emerge lo que llamamos percepción de la realidad: el olor a menta, el sabor de la cerveza, el color de un par de ojos azules o la calidez de un abrazo; todo sucede en el cerebro. Nada de eso existe en el mundo exterior; ahí no hay colores, ni sonidos, ni sabores.

Nuestra percepción de la realidad está limitada a las herramientas que tenemos para percibirla. Un murciélago vuela usando la ecolocalización; las abejas ven colores que nosotros no; las serpientes se guían por el calor; y un perro percibe el mundo en olores. Lo que vemos se limita a la luz visible y nos perdemos las ondas de radio, el infrarrojo, ultravioleta y rayos-X que llenan el Universo, así como los campos magnéticos que sí detectan aves migratorias. Cada cerebro percibe aquello para lo cual ha evolucionado para discernir. La realidad que experimentamos es lo que nuestro cerebro nos dice que es. En un eventual contacto alienígena, ¿Cómo podríamos entonces comunicarnos efectivamente con una mente extraterrestre que evolucionó independientemente en otro planeta? ¿Qué ideas podríamos compartir y cómo?

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