Mafalda, en sus múltiples dimensiones, también levantó reivindicaciones feministas y sus personajes femeninos encontraron una manera propia, en sus propios tiempos, de protestar frente a las opresiones de todo tipo.
Marianela Chamorro
Periodista
Este 30 de septiembre pasado nos ha dejado Quino, el espléndido historietista nacido en España, nacionalizado argentino, quien le regaló a ese país una de las más grandes embajadoras culturales, representante del humanismo y activista por la paz de su historia contemporánea, una niña de seis años llamada Mafalda. Quino fue, sin duda, más que un dibujante, un gran comunicador, un autoformado analista político que nos habló en clave de tira cómica sobre los años ’60 y ’70 sus grandes tensiones, sus transformaciones y sus resistencias. Quino describió esa Latinoamérica en tiempos de cambios y crisis a través de una familia representativa de aquello que llamamos clase media, en cuyo seno se criaba la pequeña Mafalda, retratando el entorno social de esta niña anti-sopas, cuyo nihilismo profetizaba el desafortunado kilombo en que nos estábamos metiendo cuando las dictaduras y el neoliberalismo, a modo de su gran comparsa, cambiaron nuestros países para siempre.
Muchos crecimos con la iconografía de Mafalda y su entorno como un elemento más en nuestro repertorio de resistencias contra la brutalidad de los gobiernos militares latinoamericanos. Tan profundamente comunicativa era en esencia esta personaje que aquellos afiches de ella y su pandilla, incluso sin mediar palabra impresa alguna, nos hacían conectar con su pura y sola estética a la sensación persistente de que algo andaba muy mal en este mundo. Esta niña, con su tibia y descarnada agudeza, su insistente pacifismo a todo evento y su rebelión propia frente a este continente que se transformaba en un consumo consumido nos transmitía a la vez una dulce sensación de no estar solos.
Leer a Mafalda nos hizo saber que había miles de niñas, niños y familias como la nuestra que, desde la trinchera de sortear el día a día entre trabajo, la escuelita, los amiguitos y los deberes domésticos, le hacían el mejor juego posible a los torrentosos tiempos. Mafalda nos permitió descansar en la certeza de que éramos miles, en el anónimo silencio del espacio tradicional familiar, masticando el amargo sabor que nos dejaban, al final del día, los bandos militares, los toques de queda, el desempleo desatado, la explotación laboral en nombre de ese progreso tipo ruedita de hámster, las promesas exitistas, los abusos del poder impuesto y, por cierto, también, las tensiones ya declaradas de la división sexual del trabajo en la sociedad.
Me gustaría, por medio de esta columna para hacer justicia con Quino en este último punto. Creo que es de toda sensatez señalar que la crítica social y política de Quino también abordó los cuestionamientos a los roles tradicionales de género por medio de las tensiones y definiciones de los personajes estables de la tira, sus discursos, sus silencios, sus omisiones y sus descargos. El espacio privado de la casa de Mafalda, muchas veces nos ofreció situaciones cotidianas en que las relaciones de poder, los convencionalismos morales, la desigualdad de responsabilidades en la crianza y otras cuestiones de este tipo quedaban en evidencia luego de una destemplada ironía, metáfora o interpelación de la niña.
En otras palabras, lo que Quino nos ayudó a esclarecer, a través de las cavilaciones de esta niña, fue todo el espíritu de aquella siempre vigente consigna ‘lo personal es político’. Releyendo la tira, me parece que no sería descabellado asumir a Quino como un militante de la segunda ola del feminismo, aunque voluntariamente jamás se lo hubiese planteado así, y bueno, quien sabe, ¿no? Mafalda nace en medio de esta segunda ola del feminismo, cuando esta causa abrazaba radicalmente la idea de que nuestra vida privada y cada uno de sus más ‘íntimos’ aspectos, no son otra cosa sino el reflejo de nuestras existencias inmersas una estructura social y política determinada.
Ahora bien, vamos a hablar un poco de sus personajes que son quienes mejor podrían describir este Quino feminista que me gusta imaginar hoy día. La madre de Mafalda, Raquel, fue aquel personaje que vimos en la gran mayoría de las tiras lavando, planchando, cocinando, cuidando a los niños y otro montón de tareas confinadas al espacio doméstico. Jamás la vimos, sin embargo, conduciendo el automóvil de la familia, o sentada en el sillón de la sala leyendo el diario. Su vida transcurría completamente en medio del microclima hogareño y en algunos capítulos de la historieta supimos que en más de una ocasión había abandonado su carrera universitaria para dedicarse enteramente al hogar.
Frente a esto, la niña le hace reproches, los que culminan en la archiconocida pregunta-emplazamiento que Mafalda le hace en una de sus más célebres intervenciones ‘¿Mamá, Que te gustaría hacer si vivieras?’. Quino, por medio de esto, nos expresa claramente que la vida exclusivamente dedicada a las labores domésticas no es una vida ni deseable, ni ideal, pero lo más importante es la idea de que esto no debiera ser normalizado ni romantizado por las niñas sino más bien criticado por ellas, ¡grande Quino!.
Por otro lado, por uno muy diferente, Susanita, de cierta manera el personaje antagónico de la tira, en su sempiterno deseo de casarse y tener hijos, al mismo tiempo expresa una despreciativa indiferencia por causas más colectivas o algún proyecto político y en más de alguna ocasión la vimos expresándose de manera muy despectiva sobre personas morenas y pobres. Susanita representa la miopía de considerar que el proyecto de vida de las mujeres puede empezar y culminar solo en aspiraciones familiares, de maternidad y de alcanzar algún tipo de estatus material o económico. Susanita vive en una aspiración constante, tan limitada, que no le permite captar el peso del mundo que la rodea.
Ahora bien, vamos por Libertad, una niña de estatura mínima y de lucidez máxima. Con su inmensa capacidad de provocar y sobrecoger esta niña se convierte en el alma gemela de Mafalda, y, aun siendo más idealista que la propia Mafalda quien a veces se siente bastante desesperanzada del mundo, sus criticas no son menos implacables que las de esta última. A Libertad más de una vez la vimos en la escuela de niños sosteniendo diálogos con su maestra que rayaban en los surreal, tan poéticamente contestatarios, que definitivamente Mafalda solo ganó y potenció su espíritu rebelde con esta dupla. Libertad, por otro lado, era la hija de la única mujer de la historieta que no se dedicaba solo a ser dueña de casa, sino que trabajaba como traductora de francés, e incluso fumaba cigarrillos. Con Libertad, Quino nos entregó una niña pequeñita de estatura, incendiaria en sus convicciones, radical en sus sueños revolucionarios, cuya madre, la menos tradicional para vivir y para criar de toda la tira, debe de haber estado tan orgullosa de ella como él mismísimo dibujante.
Mafalda, en sus múltiples dimensiones, también levantó reivindicaciones feministas y sus personajes femeninos encontraron una manera propia, en sus propios tiempos, de protestar frente a las opresiones de todo tipo. Es por esto que hoy homenajeamos a Quino no solo como el dibujante que plasmó inolvidablemente la sensibilidad y la problematización de los signos de una época, sino también como un hombre profundamente convencido de cuánto puede impactar nuestra capacidad de analizar el mundo, una menuda e inspiradora niña preguntona.