Opinión

Máscaras ante una peste

n tiempos de selfies y en la era del Instagram, coludidos por la tecnología del reconocimiento facial y el control de masas, las máscaras de hoy nos revelan a una sociedad mercantilizada, consecuencia de la brutal, abusiva y sistemática sumisión… esa es la verdadera peste.

Por: Diario Concepción 09 de Julio 2020
Fotografía: Cedida

Nicolás Sáez Gutiérrez
Arquitecto, fotógrafo y académico la Facultad de Arquitectura, Construcción y Diseño de la Universidad del Bío-Bío

Desde el estallido social del 18 octubre a la actual pandemia por Covid-19, en nuestro país ha proliferado el uso de máscaras de protección: frente al control policial, el gas lacrimógeno y ahora, ante la posibilidad de contagio.

Poco a poco se han ido transformando en un accesorio símbolo para el movimiento social y “una moda” para parte de una sociedad acostumbrada a etiquetar sus prendas cuando se deja ver por las calles y por la pantalla digital. Las máscaras son parte del imaginario de nuestra historia y desde siempre han puesto en relieve nuestra necesidad ancestral de querer ser, tras un otro rostro.

La máscara de la peste, Il dottore della Peste, es una de las más populares en el Carnaval de Venecia. Dicha máscara es reflejo del impacto visual que provocó el atuendo particular de aquellos médicos en la Europa de los siglos XVII y XVIII, que no fueron efectivos para protegerlos de la peste negra, sin embargo, su imagen contribuyó a que fuesen reconocidos a simple vista y se quedaron en la memoria e imaginario colectivo. Hoy, la máscara del pico es vendida por EBay y en las calles de Venecia a precios populares para que durante 10 días cualquiera pueda confundirse en la multitud, ocultando su rostro y luciendo atractivos trajes de época. En 2017, la 57a versión de la Biennale di Venezia, una impresionante instalación de 1000 máscaras mapuches (kollon), asombraban al mundo del arte y a nuestro país. En la obra Werken (mensajero), del artista chileno Bernardo Oyarzún, la máscara no fue usada para ocultar identidades; al contrario, fue una denuncia al rojo vivo de la exclusión cultural ejercida por el Estado de Chile hacia la nación mapuche. A diferencia de lo que ocurre con las máscaras venecianas, el Kollon, es una máscara ceremonial arcaica, símbolo de una cultura originaria que se resiste a la invisibilidad provocada por un país que le quita la mirada, la discrimina y criminaliza. A tres años de la obra Werken, el kollon se puede adquirir a módico precio en tiendas Ripley, demostrando una vez más que el interés económico es una fiebre difícil de parar, que enceguece y afecta gravemente la ética y la moral.

Hace 8 meses Chile despertó de un sueño hipnótico y profundo, abrió los ojos y exigió al gobierno dignidad y justicia social, sin embargo, al poco andar, se encontró de golpe con una pandemia global que lo volvió a sedar. Nuestras actuales máscaras protectoras nos hablan de un país enredado en la desigualdad y el miedo sanitario; que más bien es un miedo a no volver a la “normalidad”, aquella que nos permite vestirnos con mascarillas cool o 3M, obviando las precarias “mascarillas caseras” promocionadas por el gobierno.

En tiempos de selfies y en la era del Instagram, coludidos por la tecnología del reconocimiento facial y el control de masas, las máscaras de hoy nos revelan a una sociedad mercantilizada, consecuencia de la brutal, abusiva y sistemática sumisión… esa es la verdadera peste.

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