Opinión

De rentas, ancianos y pandemias

Por: Diario Concepción 25 de Marzo 2020
Fotografía: Carolina Echagüe M.

Andrés Cruz Carrasco
Abogado, magíster Filosofía Moral

La improvisación de medidas que afectan esencialmente a quienes deben desempeñarse día a día por cuenta propia o ajena para poder subsistir, permite que se concluya que los que toman las decisiones ignoran los desafíos, esfuerzos y dificultades que deben sortear los que han carecido de las mismas oportunidades y privilegios de aquellos que gobiernan. Por la contingencia sanitaria se ha debido silenciar la protesta social, pero las consecuencias de la segregación siguen allí y se manifiestan con más resonancia ante crisis como esta pandemia.

No faltan quienes no sinceran el hecho de darle más valor a la estabilidad económica que a la vida, proponiendo que se mantengan los trabajadores ejerciendo sus labores y que se dirijan aglomerados a estos lugares. Ellos no por supuesto, ya que opinan desde sus residencias, sentados detrás de sus lujosos escritorios y si tienen que desplazarse lo hacen en sus propios vehículos y no usan (si es que conocen) el transporte público, pudiendo recurrir a alguna clínica privada ante cualquier urgencia y no dependiendo de la disponibilidad y posibilidades de los pasillos de la ya colapsada salud pública. Los dispensadores de números que conocen son electrónicos y si tienen que esperar lo hacen en iluminadas salas y en cómodos asientos. No son sus padres y abuelos los que están expuestos a ninguna enfermedad, ante la necesidad de tener que concurrir día a día a los lugares de trabajo ante los requerimientos de los empleadores y, por supuesto, por la necesaria rentabilidad que hay que entregarles a los exigentes accionistas, quienes esperan que los resultados de este esfuerzo ajeno robustezcan automáticamente sus cuentas personales, observando desde lejos, desde muy lejos como otros se exponen a los riesgos del contagio.

Cuando se pone un énfasis obsesivo en el crecimiento económico, quienes no son considerados útiles, como los ancianos, carecerían de valor. Son incómodas cargas cuyo cuidado se entrega a sus familias o a la beneficencia, cuestión que se contrapone con el respeto que se les confiere en las sociedades orientales, que quizás serviría para explicar la radicalidad y efectividad de las medidas adoptadas contra la enfermedad en dichos lugares, contrariamente a culturas que le rinden un desmedido culto hedonista a la juventud y al dinero. La brecha de exclusión de los adultos mayores se ha ido profundizando, dándoles un trato cada vez menos digno y obligándolos a seguir laborando hasta la muerte o a adoptar medidas que aseguren sigan cayendo monedas en los bolsillos de los más acomodados, importándoles poco que un anciano tenga que morir.

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