Opinión

De prisioneros y sistemas

La costumbre termina anestesiando la resistencia, sometiéndose los individuos a quienes detentan la autoridad de este modo.

Por: Diario Concepción 12 de Febrero 2020
Fotografía: Carolina Echagüe M.

Andrés Cruz Carrasco
Abogado, doctor en Derecho

Quien detenta el poder en el contexto institucional de una democracia debe actuar usándolo de un modo constructivo. Si se recurre a la violencia como sustituto del diálogo, el ejercicio de ese poder será destructivo, por cuanto se agota en el acto de aniquilación del que es considerado un “otro” que se levanta como un enemigo del “nosotros”. La autoridad que recurre a la violencia se muestra desesperada por mantener operando una máscara que sólo por mera retórica se sigue llamando “gobierno”. Somete, pero no convence. Indudablemente que se puede acceder al poder mediante la violencia, pero esta autoridad no podrá proyectarse por mucho tiempo. Es frágil, por falta de legitimidad y por ser impotente para solucionar las fracturas sociales para sustentarse en el tiempo.

La costumbre termina anestesiando la resistencia, sometiéndose los individuos a quienes detentan la autoridad de este modo. Según Byung-Chul Han: “La gente afirma y perpetúa la relación de dominación al hacer las cosas por costumbre, como corresponde. La cotidianidad es la afirmación de las relaciones de poder existentes. La violencia simbólica, sin necesidad de violencia física, se ocupa de que se perpetúe la dominación. El sí a la dominación no triunfa de un modo consciente, sino reflejo y prerreflexivo. La violencia simbólica pone a un mismo nivel la comprensión de lo que es y la conformidad con el poder. Consolida la relación de dominación con gran eficacia, porque la muestra casi como naturaleza, como un hecho, un es-así, que nadie puede poner en duda”.

Esta violencia estructural supone la existencia de un pequeño grupo de privilegiados que somete al resto de la comunidad de manera sistémica, considerando y dándole el trato de “los otros” a quienes someten. Esta coacción puede ser sutil y ejercida de manera muchas veces simbólica, conforme a un derrotero que invade todo y que es la ficticia convicción, que se construye a partir de la educación y que se proyecta en todos los ámbitos sociales, de que nada puede cambiar, que todo es “naturalmente así”.

Esto ocurre cuando la violencia es inmanente al sistema, que aun cuando es evidente, paradojalmente no resulta ser visible para sus beneficiarios, ya que para ellos, además del disuasivo por mantener sus privilegios, están convencidos que así es, porque así ha sido y así deberá continuar seguir siendo siempre. Socialmente las clases dirigentes se creen imprescindibles y al resto, la conciben como una masa de sujetos fungibles que pueden ser reemplazados de manera continua por otros más útiles, haciéndonos a todos, prisioneros del sistema que suponen intocable.

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