“El sistema económico, político y social se encuentra en una profunda crisis que ha llevado a las comunidades a movilizarse, logrando la emergencia de un inédito e histórico movimiento ciudadano que cuestiona las bases fundamentales del ordenamiento político y económico”, un párrafo que pudo haberse publicado en varias partes, que pueden reflejar realidades a ser expuestas en Madrid, Atenas, Roma, Buenos Aires, por citar solo algunos sitios donde este tipo de encabezamiento resulta perfectamente coherente, para evitar poner a nuestro país como la excepción en hacer protestas masivas y prolongadas, cuando en realidad no somos ni únicos ni originales.
Las redes sociales llamaron a pronunciarse, invitaron a marchar para expresar descontento y la gente no ha parado de salir a las calles de las ciudades y pueblos de Chile con lienzos y pancartas, poniendo las ideas y los temas por escrito; desconfianza e insatisfacción con el gobierno y con los políticos de todos los colores.
Es una situación de extrema peligrosidad, se hace cargo del común sentimiento, más allá del enojo, la indignación por lo que ocurre frente a nuestras propias narices. La desmesurada solicitud, que se vayan todos y todas, es una expresión de extremo desencanto, delata la debilidad potencial de una democracia con base endeble, que se ve obligada a responder a demandas tan reales como postergadas.
No se puede olvidar el enorme precio de recobrar la democracia, una inversión así obliga a hacer todos los esfuerzos para robustecerla, para hacerle los cambios necesarios que exige la sociedad de ahora, para retomar una marcha mejor.
PROCOPIO