Una avisada publicación de un grupo de educadoras de la Universidad Santo Tomas, se tituló “Violencia en el siglo XXI: ¿Una enfermedad sin remedio?”, ante situaciones repetidas de agresiones en los colegios, entre compañeros y de estudiantes contra profesores y autoridades educacionales. Sin embargo, el título es equívoco, ya que daría la impresión, a un visitante al planeta, que este fenómeno es reciente o, por lo menos, que últimamente ha alcanzado cotas de escándalo.
La pregunta es en realidad intemporal, la violencia está en nuestro ADN, con razón Desmond Morris, un connotado zoólogo y escritor, describe a nuestra especie como un mono desnudo y asesino. Es posible que la agresividad tenga una razón atávica; la de una especie débil que pudo sobreponerse gracias a la agrupación y al empleo de la fuerza colectiva, puede ser. Pero también puede ser que sea esta la especie que mejores oportunidades tiene para hacer de su destino una cosa diferente, si se lo propone.
Por lo común, se cree que la edad en la que hay más propensión para caer en la agresión física es durante la adolescencia, entre los 12 y 17 años. Sin embargo, los seres humanos, comienzan a mostrar señales de agresión a muy temprana edad, sobre todo si el medio social la tiene incorporada. Es esa la primera oportunidad de actuar, con la intervención guiada y sistemática, por parte de la familia y escuela.
Ante situaciones sociales excepcionales, como las que ahora se presentan, la violencia está a la vuelta de esquina, para darse cuenta de lo que sucede cuando, sin conciencia, no se hizo lo que debiera haberse hecho, cuando la sociedad estuvo ausente y la violencia al lado, explícita o disfrazada.
PROCOPIO