Estamos cruzando un nuevo mar de dudas, sin saber a qué puerto vamos a llegar, ya que los ciudadanos del bote tienen poca claridad en cuanto a los encargados del timón y con incerteza relativa respecto a los que reman.
El debate sobre estos interesantes componentes de la travesía, está en los diálogos informales de miles de puntos de encuentro de círculos íntimos, para ver cómo andamos en esto de la confianza. El filósofo José Andrés Murillo introduce un concepto nuevo, al menos de nombre; la “confianza lúcida”, como contraparte de la confianza ciega, que ha dejado de estar vigente.
Estamos en tiempos de crisis, la pérdida de confianza está generalizada, va desde lo privado a lo público. Pasa por las desconfianzas políticas, los organismos financieros, las instituciones y llega hasta nuestros líderes espirituales.
Bien puede ser que esta situación de no creer de buenas a primeras se deba al despertar del ciudadano, que ha dejado de ser espectador, para transformarse en partícipe.
Los antiguos tiempos, que se infiltran porfiadamente en los actuales, tenían como actores a los partidos, al Gobierno, al Parlamento, encargados de la cocina, se ha introducido ahora el eje ciudadano, el derecho de estos a saber qué está pasando y qué es lo que los encargados están haciendo, se generan así las ideas de transparencia, de rendición de cuentas, de establecimiento de responsabilidades y de castigos para el que se quiera llevar el país para la casa.
Es un despertar que debe seguirse implementando, sin salir a cazar brujas, con los pasos mesurados del empoderamiento responsable de la ciudadanía, que también tiene cuentas que rendir. Para tener confianza lúcida, creer sabiendo.
PROCOPIO