Opinión

Confianza en uno mismo, confianza en los demás…

Todo indica que los chilenos estamos hartos de observar como los “vivos” se han tomado las instituciones.

Por: Diario Concepción 28 de Octubre 2019
Fotografía: Cristian Quinzacara

Cristian C. Quinzacara
Dr. en Ciencias Físicas Universidad San Sebastián

Así dice uno de los versos más emblemáticos de la canción “Los pitutos” de “Sexual democracia”, la banda formada en Valdivia a fines de los 80. La canción resuena en mi mente tal cual lo hacen las innumerables demandas expresadas por la ciudadanía partícipe de las manifestaciones de los últimos días. Una ciudadanía que se declara cansada hasta el hastío de los abusos.

Pero, ¿qué tiene que ver el verso que da nombre a esta columna con la crisis institucional que estamos viviendo? Sucede que vivimos en una sociedad que de alguna forma premia la “viveza”, o la “chispeza” como dijo un conocido futbolista. Los “vivos” son aquellos que viendo la oportunidad logran obtener una ventaja o bien zafar de las dificultades utilizando todo tipo de artilugios y martingalas reñidas generalmente con la ética, y algunas veces con la ley. En el caso de la canción, el artilugio es la presencia de un “pituto”, la versión “chilensis” del tráfico de influencias. Por ahí va la cosa…

Todo indica que los chilenos estamos hartos de observar como los “vivos” se han tomado las instituciones. Basta revisar las encuestas de las últimas décadas para atestiguar el sistemático deterioro de la “confianza” en las instituciones. El parlamento, el poder judicial, el presidente de turno, las fuerzas armadas y de orden, y por supuesto, los partidos políticos, por nombrar las principales instituciones públicas, se encuentran hace años en niveles mínimos de credibilidad, y si miramos su contraparte privada la situación no difiere en demasía, como da cuenta el descrédito en que han caído las iglesias y los grandes grupos económicos.

Los casos de corrupción, cohecho, malversación de fondos, colusión, uso de información privilegiada, estafa, financiamiento ilícito de la política, nepotismo, tráfico de influencias, evasión y elusión tributaria, etc. han carcomido la “confianza” a tal nivel que se ve muy difícil salir de esta crisis sin primero dar una potente señal en pos de recuperarla. O al menos eso es lo que se puede concluir a partir de las críticas a las medidas anunciadas por el ejecutivo: la mayor parte de los manifestantes creen (¿o creemos?) que solo se trata de una medida cosmética que permita mantener el statu quo.

Quizá una agenda pro probidad pueda ser esa potente señal. Una agenda corta ”antidelincuencia de cuello y corbata” que tipifique como delito y castigue con cárcel los hechos anteriormente mencionados, responsables del deterioro de la “confianza” en las instituciones. Quizá con esta medida, sin mayor costo económico, por fin podamos sentarnos a conversar y ponernos de acuerdo respecto al país queremos. Por mientras, sigo escuchando en mi mente “confianza en uno mismo, confianza en los demás”.

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