Opinión

América, ¿por qué tiemblas?

Quizás la ira llevada a la calle sea reflejo de una geografía caracterizable por su desborde, no sólo geográfico sino social.

Por: Diario Concepción 22 de Octubre 2019
Fotografía: Rodrigo Pulgar

Rodrigo Pulgar Castro
Director Departamento de Filosofía UdeC

No hay caso, no sólo la tierra tiembla en el cono sur, también la sociedad con idas y vueltas a causa de comportamientos políticos, económicos que traen consigo incertidumbre. Hoy le toca Chile.

La pugna por el poder, por controlar la voluntad, el presente y el futuro de pueblos enteros es una constante, empero llega un punto en donde la ira que poco a poco se acumula por décadas de sordera de las instancias de poder acaba por explotar. Síntoma ya visible de un conflicto que lentamente se asume como una constante que dicho sea de paso traiciona lo que queremos como normalidad social.

El problema que para no pocas personas la nomenclatura del conflicto se posiciona como una variable incluso aceptable y pedida: sin conflicto no hay futuro. De esta forma, si por alguna circunstancia algo de bien aparece en el horizonte, aflora la sospecha y la búsqueda del error por consecuencia. Buscamos, se busca hasta encontrarlo. Y si no es así: se inventa, algo muy propio de la sociedad que lee la realidad desde la web, verdadero ícono de la sociedad de consumo.

¿Qué sorprende a estas alturas de la historia en América Latina, y hoy en particular Chile? Quizá nada. Pero si algo: la incapacidad de aprender para no volver a cometer los mismos errores año atrás año: Populismos, pugnas, negaciones del otro como factor de realidad, demandas desechas pues significaría según los operadores de la economía desviar el rumbo del desarrollo, pero he ahí el nudo de la ira que se expresa en la calle: éste no llegó a la mayoría, sigue siendo privativo de una pequeña parcela de la sociedad. En fin: cierto mesianismo atado a un corpus político que durante décadas ha hecho de la negación del otro, de sus necesidades diarias, la variable central de su discurso.

Malquerer entonces como juego afectivo y efectivo que termina por evitar el reconocimiento de la alteridad humana. Pero al negar su valor, acabamos por comprender que no es un incidente la transformación del adversario en enemigo y en ello el corolario esperable, oculto o visible en todos los relatos: los de siempre sufriendo: los pobres, carne de cañón para la consolidación de propuestas muchas de ellas ajenas a sus afanes.

Por mucho intento de explicarse, la casta política sigue actuando lejos de la virtud. Encerrados en sus relatos construyen narraciones de respuesta a cualquier propuesta que nace desde la urgencia por soluciones, por lo mismo son ciegos ante el valor incluso relativo de aquello que no calce con sus discursos. De ahí que, como sociedad, estamos propensos, gracias a la publicidad y propaganda, a derivar en una suerte de integrismo asociado a líderes (no es el momento de negar tal condición por mucho que moleste) que asumen en propiedad la verdad de las cosas. Por efecto, como personas, pasamos a otros la responsabilidad de conducir el movimiento social en los territorios. De esto, cada día no entrega pruebas. Mas parece que tocamos fondo en el ese modo de ser social.

La ceguera de las instancias de poder ¿no es expresión concreta de lo que Jorge Millas, quizás el mayor de los pensadores chilenos contemporáneos, acusaba el año 1943 en su texto idea de la individualidad, como la impersonalización, o la disolución del individuo (diríamos persona) por resultado del imperio de la política y del Estado? A la fórmula de Millas hoy se asocia el dogma mercado como eje y sentido de la política y el Estado. Al ver la intervención para mantener y obtener privilegios por quienes participan con cuotas efectivas de poder en ambas instancias, no queda duda alguna que Jorge Millas sigue siendo un pensador actual. Las razones de fondo son que la política, Estado y mercado -al cual política y Estado responden- se instalan como factores constructores de realidad. El resultado es que quienes se apropian de la política como del Estado, facilitan la pérdida de la autonomía de la voluntad como de la conciencia a raíz que la persona tiende a descansar de sus responsabilidades por la dificultad de resolver sus demandas frente al aparato burocrático que lo atosiga. Pero llegó la ira, la cual en su expresión desnuda la debilidad de los gobiernos, de éste gobierno. Y cuando la ira se construye desde la sensación de derechos y expectativas traicionadas, la crisis está instalada incluso como una constante. Es fácil y a la vez peligroso ocultar las razones de fondo de la ira, y con ello la tendencia a bloquear no sólo el derecho de exigir, sino el deber de hacerlo…

Y mientras tanto, conflictos van y vienen. Hoy somos portada y la compartimos con otros países de la Región. Zona en donde el temblor es una constante inscrita en la multiplicidad de cosmovisiones que abundan el territorio. Quizás la ira llevada a la calle sea reflejo de una geografía caracterizable por su desborde que remueve cada cierto tiempo la vida; desborde no sólo geográfico sino social, y que nos obliga a aprender y a la vez desaprender para volver una vez y otra vez al mismo modo de existir… hasta ese día en donde nuevamente el mismo error, la misma respuesta hasta que no aprendamos a elegir bien y, en no pocos a renunciar a sus privilegios de casta.

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