Opinión

De incertidumbre y convivencia

Por: Diario Concepción 02 de Octubre 2019
Fotografía: Carolina Echagüe M.

Andrés Cruz Carrasco
Abogado, magíster Filosofía Moral

El primer fracaso de la política es el triunfo del miedo. La creciente desconfianza hacia la política coincide con el desenvolvimiento cada vez más potente de todas las inseguridades. Se van construyendo amenazas por todos lados. El instinto de conservación tiende a exagerar todas estas fuentes de angustia extendiéndolas que a cada rincón de nuestro cotidiano devenir, lo que conlleva una constante demanda de más seguridad y protección. Ahora nos ofrecen contratar un seguro para todo lo que nos rodea siempre y cuando pueda ser vinculado a causas externas calculables y evitables. En cambio, nos encontramos indefensos frente a lo que John Maynard Keynes denominada “la incertidumbre radical”. Aquella que escapa a todo cálculo de probabilidad, ya que no se puede determinar si ocurrirá o no, quedando entregados a las consecuencias del temible azar.

La aparente desilusión que inspira el poder político enmascara una más peligrosa desilusión del ciudadano hacia una pretendida institucionalidad “democrática”. Como nunca antes los gobiernos disponen de instrumentos, conocimientos y medios financieros. Como nunca antes las personas tienen acceso a información, espacios para comunicarse y expresarse sin control. Sin embargo, grandes grupos aparecen desamparados, ajenos a la historia que se dice exitosa, incapaces de escoger su destino y de liberarse de las incertidumbres económicas, medioambientales y sociales derivadas del mercado de consumo y la constante guerra económica. Jacques Généreux se refiere a este fenómeno como la “potencia impotente”. En otros tiempos y lugares, pueblos menos ricos, menos educados y menos dotados tuvieron la capacidad de rebelarse contra la opresión y reivindicar su derecho a expresarse, a debatir y decidir. Ahora nos conformamos con una democracia sin democracia. Con un espejismo de participación. Pareciese ser que es la carencia el gran estimulante en lugar de la potencia que hace invalidante a los que pueden hacer mucho, pero prefieren la comodidad y no hacen nada, salvo un esporádico, inútil y, las más de las veces, cobarde refunfuño virtual anónimo.

Para salir del círculo vicioso que nos hunde en la resignación y esa apatía que se vive de manera solitaria, no basta con tener la certeza que en “teoría” una masiva movilización cambiaría las cosas. Se debe tener la convicción que los otros también se movilizarán, que esta actitud cooperativa será imitada por muchos. Hay que aspirar a vivir en una sociedad de seres humanos donde el deseo de convivencia supera el miedo al otro, sobrepasa las rivalidades y el afán de competir en vez de colaborar.

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