Opinión

Hacia un desarrollo desde la ética

Las sociedades excesivamente mercantilizadas dejan al sujeto entre paréntesis, lo convierten en un mero engranaje del aparato productivo de la sociedad para producir y para consumir.

Por: Diario Concepción 22 de Septiembre 2019
Fotografía: Cedida

Fernando Chomali Garib
Arzobispo de Concepción

Las celebraciones de Fiestas Patrias constituyen un tiempo propicio para dar gracias a Dios por el país que tenemos, para reconocer todos sus dones, pero también para pensar en el futuro. Creo que la reflexión acerca del desarrollo es una urgencia. El desarrollo en Chile se ha entendido por muchos años como desarrollo económico. Esa es una miopía cuyas consecuencias están a la vista.

Una mirada así de la sociedad exacerba el bien personal por sobre el bien común, despierta ambiciones desmedidas en las personas y, en algunos casos, avaricia. En este contexto, al ser el dinero la razón de ser de la vida, para algunos, el fin, – obtenerlo-, justifica los medios. De allí a la corrupción, al cohecho, a la falsificación de instrumento público, al abuso de poder, al clientelismo y a las malas prácticas hay un paso. El desarrollo ha de ser integral, debe involucrar al hombre, a la mujer, a la familia, en todas sus dimensiones y a todos.

El desarrollo ha de abarcar la dimensión social, cultural y espiritual del hombre, ha de mirar a la sociedad en su conjunto, tener como norte el bien común y la solidaridad y lograr que el anhelo de cada habitante sea “ser más” y no “tener más”. Un desarrollo que tenga clara la primacía de lo ético por sobre lo técnico, de las personas por sobre las cosas, de la dimensión espiritual por sobre la material, puede ofrecer a la sociedad en su conjunto un mejor futuro.

Es en este contexto donde es posible lograr que aparezca lo mejor del ser humano. Así podremos optar por una sociedad que se concebida como una comunidad de personas; la educación como una posibilidad de crecer como tal para entregar más a la sociedad; y el trabajo como la posibilidad de desplegar los talentos, las habilidades y las destrezas recibidas para convertirse en un aporte a la sociedad.

Las sociedades excesivamente mercantilizadas dejan al sujeto entre paréntesis, lo convierten en un mero engranaje del aparato productivo de la sociedad para producir y para consumir. Ello es pobre, genera mucha frustración, necesariamente va dejando personas en la vera del camino que se rebelan, y con razón.

Si queremos paz debemos promover la justicia, y hacerle justicia al ser humano es reconocerlo en la grandeza de su dignidad, en las miles de potencialidades que posee y ayudarlo a ponerlo al servicio de todos. Implica también tener una especialidad preocupación y ocupación por los más débiles, los enfermos, los encarcelados, los que tienen capacidades diferentes.

Esa fraternidad que todos anhelamos no pasa por la instalación de más leyes o controles, sino que por la fuerte convicción de que nos une una común humanidad y la máxima del buen comportamiento: hacer con los demás lo que quisiéramos que hicieran con nosotros, y no hacer a los demás lo que no quisiéramos que hicieran con nosotros.

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