Opinión

El 101 Batallón de Reserva de la Policía

Por: Diario Concepción 27 de Febrero 2019
Fotografía: Carolina Echagüe M.

Andrés Cruz Carrasco
Abogado, magíster Filosofía Moral

El 13 de julio de 1942, el 101 Batallón de Reserva de la Policía alemana fue conducido hasta la localidad polaca de Józefów. Allí, estos 500 hombres recibieron instrucciones del mayor Wilhelm Trapp. Su tarea sería difícil, pero debían pensar en las mujeres y niños que estaban muriendo en Alemania por las bombas aliadas.

Había que eliminar a más de 2000 judíos. Los hombres serían destinados al trabajo forzado. Las mujeres, niños, ancianos y enfermos serían exterminados en el acto. Hasta aquí no hay muchas particularidades que diferencien este trágico suceso con el asesinato de más de 2 millones de judíos por parte de otras de las “unidades móviles” de los nazis. Lo especial radica en que a los policías se les permitió optar. Si no se sentían capaces de cumplir con la misión, estaban autorizados para abstenerse.

De estos sujetos, que habían sido reclutados en Hamburgo, que eran padres de familia de edad media, sólo 12 aceptaron la oferta. El resto participó en la carnicería que se extendió por alrededor de 15 horas, salpicándoles las entrañas, los cráneos que estallaban en pedazos, la masa encefálica y las astillas de los huesos de sus víctimas en sus impecables uniformes.

Muchos de los subordinados no pudieron culminar con el macabro encargo y Trapp lloraba encerrado en el aula de la escuela del pueblo. Para calmar su conciencia, uno se justificó diciendo que sólo le disparó a los niños, ya que no podrían vivir sin sus madres recién asesinadas. Los que decidieron tomar parte en este crimen no estaban obligados por “obediencia militar”. Lo hicieron porque prefirieron ser tenidos como asesinos en lugar de cobardes o traicioneros. Se sumaron al valor moral de la “horda”.

La lealtad hacia el grupo fue más fuerte que cualquier otro código moral. Como para todos era legítimo, se conformaron y obraron en consecuencia dentro de la manada. Al término de la guerra, Trapp fue extraditado a Polonia, siendo juzgado y ejecutado. De los policías, sólo 14 fueron procesados y ninguno cumplió una pena de más de 4 años de presidio. Estos individuos eran en apariencia normales y de manera bastante sencilla se transformaron en genocidas.

Para Aldous Huxley: “El hecho de ser uno entre la multitud libera a un hombre de la consciencia habitual de ser un yo aislado y lo lleva a descender hacia un ámbito inferior al personal, donde no hay responsabilidades, ni existen lo correcto o incorrecto, donde no hay necesidad de pensar o juzgar o discriminar: sólo una intensa y vaga sensación de unidad, sólo una excitación compartida, una alienación colectiva”, que puede hacer del terror una catarsis.

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