Opinión

Cuatro años sin Pedro Lemebel

Por: Diario Concepción 02 de Febrero 2019
Fotografía: Cedida

Mario Cabrera Delgado
Gerente de Corcudec

Fue el 23 de enero de 2015. Hace unos días se cumplieron 4 años sin Pedro Lemebel. Partía sin voz el que le dio voz a los Nadie. ¿Cuál fue su oficio iluminador? Luchar contra la dictadura desde y con su homosexualidad, anunciar con la pluma el redescubrimiento de interpretaciones y variaciones de la sexualidad marginada y retratar la hipocresía de los poderes. Para ello, Lemebel articuló su propio cuerpo como territorio de expresión.

A fines de los años ochenta conocí a Pedro y en 1991 trabajando para una ONG de Concepción gestionamos la llegada de las “Yeguas del Apocalipsis” (Pedro Lemebel – Francisco Casas). Con el apoyo del centro de alumnos de la Escuela de Periodismo UdeC conseguimos levantar en la Facultad, la instalación-Perfomance “Homenaje a Sebastián Acevedo”. Hito que marcaría el devenir de nuestra amistad.

Años después vendría su escritura sable que hizo chillar lo cotidiano citadino y redefinió la crónica nacional. Pedro era un poeta genuino. Sus estudios universitarios en arte, el dibujo, la lectura selectiva, la calle, su admiración por Néstor Perlongher, su malestar político y experimentación multidisciplinar, fueron la materia prima para deslizarse en las costras sociales de un chile que se autoexigía casto, puro y blanco.

Todos sus temas, sus crónicas, sus programas radiales, incluida su novela (Tengo Miedo torero) fueron campos de batallas. Travestido, indómito, irónico y frontal, con tinta barroca apuntó y disparó contra el establishment de lo correcto. Su arma ideológica bajo un rush labial era en contra de la normalización siempre provocando, alterando la loca de barrio con la frontera intelectual.

¿Cómo leer a Lemebel? Bueno, desde la niñez, en los hogares, en las escuelas, en las cunetas, en la playa y universidades. Hay que leer, ver y releer a Lemebel desde ese dínamo inquebrantable y vigoroso, lleno de energía y desolación, desde la resistencia y denuncia, desde ese territorio en disputa que lo hizo freak, pero canónico.

Pedro Lemebel deseado y adorado por la “pobla”, examinado y premiado por la academia, galopando en su yegua apocalíptica, por los tiempos.

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