Opinión

De jerarquías y valores

Por: Diario Concepción 16 de Enero 2019
Fotografía: Carolina Echagüe M.

ANDRÉS CRUZ CARRASCO
Abogado, magíster Filosofía Moral

Hoy parece obvio afirmar que no siempre lo que es bueno o deseable para unos, lo será también para otros. Lo que es bueno para unos puede, incluso, oponerse a lo que es bueno para todos. Esta parece ser una de las grandes tragedias de la existencia: tomar una decisión que implica sacrificar entre varios bienes incompatibles entre sí y que pueden ser igualmente valiosos, uno de ellos por un interés que se supone superior.

El conflicto resulta ser difícil de dilucidar al no existir un acuerdo en torno a una sola jerarquía de valores. Ante la necesaria diversidad, existirán perspectivas necesariamente diferentes. Lo que es público o privado, lo que resulta ser transable o no, lo que es legal o legítimo, lo que es justo, lo honorable, la lealtad, las convicciones religiosas y las individuales, la libertad de expresión, el patriotismo, la nación, la soberanía, etc., son conceptos que interpretados desde distintos lugares o puntos de vistas pueden llegar a chocar entre ellos, produciendo en situaciones extremas confrontaciones que produzcan la muerte de muchos seres humanos. Para Isaiah Berlín: “En el mundo con el que topamos en la experiencia usual nos enfrentamos con decisiones entre objetivos igualmente definitivos y pretensiones igualmente absolutas, entre los que algunos sólo pueden realizarse si otros se sacrifican para ellos”.

La moralidad no constituye un cosmos ordenado y las virtudes pueden colisionar con facilidad unas con las otras, sobre todo, cuando se entienden de manera radical sin concebir excepciones. La tozudez e intolerancia no pueden ser equivalentes a ser consecuente o coherente. Desde la abstracción las soluciones parecen ser sencillas, pero cuando nos las vemos con las situaciones en concreto el asunto se puede volver confuso y contradictorio. Hay muchas formas de vivir, cada una con sus jerarquías de bienes, debiendo complementarse con el sentido de convivencia social, sin exclusiones.

Esto no significa aceptar cualquier cosa, por cuanto existen aspectos esenciales vinculados con el ejercicio y respeto de los derechos fundamentales que ni aún a costa de la tolerancia se puede admitir que se hagan ceder. Existen muchas buenas decisiones que deben ser abandonadas por otras. Una monocultura moral es aceptar someterse a una dictadura, sea de carácter política o religiosa.

La historia ha demostrado que muchas buenas intenciones han terminado dando origen sólo a miseria, represión y sangre. Entre las abstractas sociedades ideales y los más brutales despotismos hay una delgada línea. En fin, la ética no es cuestión de divinidades, es un asunto muy humano.

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