Ayuda a la memoria, de vez en cuando, darse una inmersión en la modestia y mirar lo que hicimos hace un tiempo, a las autoridades de la nación, también y con mayor razón, porque lo que hacen o dejan de hacer no les afecta solo ellos y su entorne, como le ocurre al común de los mortales, sino al país entero.
Hace trece años, bajo el auspicio del Instituto de Ingenieros de Chile, se publicó un libro de esos que se supone dan orientaciones para el futuro, “Chile supera la encrucijada: Retos y decisiones”, en otros tantos capítulos, dieciocho panelistas de alto nivel y de diversas ideologías discuten el futuro desarrollo del país, con una afirmación categórica en cuanto a la capacidad para proyectarse al futuro.
Uno de los relatores fue el actual Presidente de la República, quien observaba entonces; “Crecimiento no es lo mismo que desarrollo, el concepto de desarrollo es un concepto mucho más integral, no incluye solamente el crecimiento del producto nacional”. Opinó sobre la desproporción entre crecimiento económico, notable en un largo período de vacas gordas y la felicidad, sin evolucionar en el mismo ritmo. Las conocidas enfermedades de la pobreza, pero también enfermedades de la riqueza; la pérdida del sentido de la vida, la angustia.
Falta agregar que, además, desarrollo es muy distinto a la felicidad, siendo ésta un bien básico y un derecho inalienable del hombre; como lo establece la Constitución norteamericana, el derecho del hombre a buscarla. El producto per cápita se ha triplicado en los últimos 20 años, pero a simple vista no existe un incremento de personas felices en esa dramática proporción.
Como algunos han adivinado, se ha buscado la felicidad donde no está, en vez de su verdadero sitio; en el corazón de cada uno de nosotros.
Procopio