No pocas veces en nuestro país hay una separación notable entre el decir y el hacer, a quien se pregunte sobre educación y en qué punto de la vida debiera iniciarse, la respuesta probable es que esta debiera ser desde muy temprano. Sin embargo, para las prioridades nacionales, en la primera página suele estar la educación superior, gratuidad y todo, y los niños pequeños y sus necesidades educativas, en algún otro punto lejano del escenario.
No la tienen así de confuso los profesionales de la educación de párvulos, quienes no han olvidado por un minuto su catecismo, al revisar los objetivos de la Educación Parvularia chilena, que busca favorecer aprendizajes de calidad para todas las niñas y niños en una etapa decisiva como son los primeros años de vida y de paso colaborar en el desarrollo infantil de vínculos afectivos con otros, la confianza básica, la identidad, la autoestima, la formación valórica, el lenguaje, la inteligencia emocional, las sensomotricidad y las habilidades del pensamiento.
No importa con cuanta prisa se lea el párrafo anterior, la conclusión inescapable es que se trata de una responsabilidad enorme. Hoy día se reúnen 54 educadoras y un educador de párvulos egresados de la Universidad de Concepción en 1975, en la Facultad de Educación, es muy posible que no se les haya pasado el entusiasmo y el amor por la profesión que eligieron, también es posible que sean testigos, de altas calificaciones, para evaluar los cambios que han ocurrido en la manera de criar niños en nuestro país, ojalá sea un buen diagnóstico y si así no fuera, sería muy bueno que nos dieran el aviso, para saber cuan cerca, o cuán lejos estamos de satisfacer la larga lista de tareas que tenemos que cumplir con los futuros ciudadanos chilenos.
PROCOPIO