Opinión

Juntos, pero no revueltos

Por: Procopio 21 de Julio 2018

La brecha generacional solía ser una barrera para la comunicación entre adultos y adolescentes, algunas discrepancias sobre el modo de mirar el mundo y varios desacuerdos sobre la manera de resolver los asuntos cotidianos. Tenía, eso sí, una característica de elemental transitoriedad, ya que pasados algunos años, los jóvenes ingresaban al mundo adulto y allí, la mayoría, empezaba a comprender los puntos de vista de los en ese colectivo habitaban, lo cual al final concurría al cierre de la ya mencionada brecha, como la conocida frase de Oscar Wilde; “Los niños comienzan por amar a los padres. Cuando ya han crecido los juzgan y, algunas veces, hasta los perdonan”

Algunos elementos de la modernidad han determinado la necesidad de reexaminar esa circunstancia, la brecha se establece en otra realidad, la comunicación, que antes requería de actores en vivo, se puede satisfacer ahora con actores múltiples, ubicuos y virtuales. Ante esa multiplicidad de posibilidades, con la amplísima oferta de opciones, la vocecilla de advertencia de un adulto, en tiempo real, fuera de pantalla, tiene relativo poco poder, sumado a la incapacidad de la mayoría de los mayores para competir con la capacidad de innovación tecnológica de las mentes jóvenes para quienes estos mensajes llegados de cualquier parte, por medios cada vez más intrincados y veloces es el pan de cada día.

Lo que no cambia, es la presencia del mundo real, ese sigue aquí mientras ocurren acontecimientos de la más variada naturaleza en el mundo de redes sociales o de información por validar. Parte de ese mundo son los adultos en las familias, un factor de control y análisis, una instancia para regular la marea de mensajes que indiscriminadamente inunda la mente de los menores. No renunciar a esa instancia es más importante ahora que antes.

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