Opinión

El delicado arte de componer la cara

Por: Procopio 20 de Julio 2018

En el siglo XIX, el investigador francés Guillaume Duchenne de Boulogne, que adornó el planeta entre los años 1806 y 1875, desarrolló una técnica de exploración neurológica meticulosa al descubrir que la estimulación eléctrica externa podía causar movimientos musculares faciales y que de esa manera se podía diagnosticar varias alteraciones. Determinó que si un músculo paralizado se contraía con una descarga local, la causa de la parálisis se encontraba en el cerebro y que si un músculo no respondía a ese estímulo, el músculo o el nervio estaban dañados, sentando así las bases del diagnóstico  electromiográfico.

Ensayó la aplicación de los electrodos en  un infeliz habitante de un hospicio, cuya enfermedad tenía, como característica conveniente, la falta de sensibilidad al dolor en la cara, al darle golpes de corriente, conseguía, en este infortunado y un tanto senil conejillo de Indias, las contorciones faciales más espectaculares, las cuales fueron cuidadosamente registradas por nuestro empeñoso sabio, que con el tiempo pudo trazar el primer mapa confiable de la geografía de la expresión facial.

Nuestra cara tiene, apenas debajo de la piel, una máscara compleja de músculos cuyas diversas direcciones de funcionamiento permiten una variación casi infinita de gestos, de indesmentibles a sutilísimos, en eso nuestra dotación es mayor que la de cualquier otro animal, 22 músculos  a cada lado, para ser más precisos. No es de extrañar que con ese repertorio, los científicos-siempre interesados en las cosas más curiosas- hayan contabilizado 4.096 expresiones faciales, al estimular los músculos durante 32 minutos,  otros establecen la cifra en 100.000.

Todos los gestos normales tienen un significado, es difícil poner una cara que no signifique nada, aunque resulta esencial si uno quiere ser político o jugador de póquer.

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