Opinión

La Manada: de la violencia sexual a la institucional

Por: Diario Concepción 06 de Mayo 2018
Fotografía: Archivo.

Valentina Medel Ziebrecht
Socióloga

La violencia basada en el género es un tema cada vez más visible en nuestra sociedad. Es evidente que cada día los distintos tipos en que ella se manifiesta están lejos de ser callados por las mujeres. Muchos de estos avances se los debemos a los movimientos de mujeres, que en el mundo han planteado la necesidad de problematizar en torno a la violencia estructural y discriminaciones odiosas que vivimos sólo por el hecho de ser mujeres, y también algunos tipos de violencia, siempre menos graves, que viven los hombres heterosexuales cuando se les exige cumplir con el estereotipo de género tradicional basado en la masculinidad hegemónica y las expectativas que cada sociedad tiene respecto al comportamiento como varón, en un momento histórico dado.

Lamentablemente, los avances sociales a veces no van de la mano con los cambios institucionales. Mientras avanzamos en una sociedad cada vez más sensibilizada, tenemos un sistema cultural, social y judicial que sostiene, justifica y naturaliza la violencia contra las mujeres a través de símbolos, representaciones y normas que legitiman que hombres se sientan con el “derecho” de ejercer poder y control sobre las mujeres.

En palabras simples, el mito de la supremacía de los varones  sobre las mujeres, en una sociedad patriarcal como la nuestra, se expresa en la apropiación del cuerpo de las mujeres y de sus decisiones, de su autonomía económica y de su reproducción, expresada en la maternidad obligatoria, en el desigual acceso a educación y espacios de decisión política, el relegarlas al espacio privado y doméstico por tener un rol histórico de cuidadoras basada en la capacidad de reproducirse, en la desigual paga por la misma función y un largo etcétera que permiten que hoy la máxima expresión de esta violencia sea el femicidio, “porque es mía”, “porque si no está conmigo no estará con nadie”, “porque esa vida me pertenece”.

Por eso el mundo situaba sus ojos en el caso de La Manada en España. Veíamos como surgía una oportunidad histórica para que el sistema nos dijera que no estábamos solas. Que no podemos seguir permitiendo la violencia sexual ni de ningún tipo, que las mujeres tenemos derecho a transitar por la calle sin sentir miedo a ser agredidas, violadas o asesinadas.

Pero este fallo nos golpeó en la cara, nos recordó una vez más que la violencia contra las mujeres es el único delito en el mundo que tiende a culpar a las víctimas. Que, aunque te maten, debes oponer resistencia a una violación en grupo y que, aunque esté grabada,  se acredite la indefensión en la que se encontraba la víctima, y existan pruebas de difusión de tus imágenes en redes sociales, simplemente no es suficiente. Nos recordó a Nabila Rifo y su informe ginecológico utilizado por la defensa de Mauricio Ortega, ampliamente difundido en los medios de comunicación para establecer dudas respecto a su comportamiento sexual, porque si te “portas mal” te mereces la mutilación de tus ojos.

Nos recordó el femicidio frustrado de Ovalle, donde propinar más de 11 puñaladas a tu pareja mujer es una reacción esperable si él se entera que fuiste infiel. Nos recuerda a las que callaron y a las que callan por vergüenza, porque no nos van a creer, porque me puse esa minifalda, porque es mi culpa haberme quedado dormida en el carrete, porque es mi culpa haber bebido, porque de alguna forma me lo busqué.

De allí que se hace urgente el juzgamiento con perspectiva de género. Se vuelve imprescindible una justicia que no naturalice las distintas formas de violencia. Que no revictimice a quien, con mucho dolor, vergüenza y miedo, se atrevió a denunciar. Si no generamos cambios de forma urgente, las mujeres, todas, sin distinción, seguiremos transitando de la violencia sexual a la institucional.

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