Hace casi una década se anunció un plan para renovar el sistema de transporte colectivo del Gran Concepción. Se licitaron estudios, planes y estrategias fueron elaborados, se designaron comisiones y finalmente poco de lo prometido se convirtió en realidad.
Entre los anuncios, generó expectativa la propuesta de renovación de las flotas de microbuses, tanto para la capital regional y alrededores, como para las líneas rurales. Las tarjetas de prepago, que eliminarían el tradicional efectivo en las micros estuvieron en la agenda de novedades. Lo mismo con la licitación del sistema de pagos y de gestión de flota. Los usuarios deberían hoy pagar por tramos recorridos, es decir, tarifa diferenciada.
Para el museo de las buenas intenciones fueron además las propuestas de que los conductores tendrían uniforme, buenos seguros, capacitaciones regulares, su sistema de remuneraciones sería revisado y todos los buses tendrían cámaras.
Todo lo anterior fue anunciado con bombos y platillos en 2009. Pero la realidad es un poco distinta. Del ranking de buenas empresas y los mejores choferes, solo tenemos noticia de las carreras de buses para capturar el mayor número posible de pasajeros, máquinas que cambiaron de color y poco y nada más que eso.
En estas condiciones, es muy poco probable que los habitantes de la zona no perciban al transporte colectivo como un bien inferior, al que debe acudirse por falta de otra alternativa.
De hecho, cuando el usuario aumenta sus ingresos, de inmediato pasa a trasladarse en vehículo propio, particular. Es decir, para cambiar la percepción sobre el sistema es clave ofrecer servicios de calidad.
AQUINO