Se acabó el recreo, a partir de este día hay que entrar a asumir que tenemos por delante otra desafiante jornada, cuya duración, bastante predecible, dada la cantidad de veces que se ha probado. Trescientos sesenta días y un cuarto, de los cuales ya hemos cursado el primero y hasta aquí, vamos bien.
Se puede dar por terminada la vorágine de los últimos quince días del año recién pasado, en los cuales muchos nos comportamos como si fuera acabo de mundo, en la bastante gráfica descripción de la antigua gente de campo.
Antes que los eficientes y protectores mecanismos de la memoria actúen obsequiándonos con convenientes episodios de amnesia, habrá que hacer un esfuerzo por recordar, es decir, poner de nuevo en el corazón- el sentido real de esa palabra- nuestros días más brillantes y los más oscuros, nuestras actuaciones exitosas y las otras fallidas, en fin, lo que haya, para con esa base enmendar la plana, pasar en limpio.
En medio de emociones mezcladas, es muy probable que se haya reflexionado con absoluta sinceridad, sobre cambios de conducta, sobre una nueva mirada, en la conveniencia de abrir algunos espacios nuevos para nosotros y nuestras familias, no importa cuán pequeños.
Antes que todo eso naufrague en el esfuerzo cotidiano, sería muy conveniente rescatar algo de aquello, en términos realistas, algo se podrá cambiar para bien . Puede ser de ayuda pensar que hemos sido invitados a vivir en este planeta con una sola oportunidad, al presente no se ha sabido de nadie que haya sido invitado dos veces, y hacer el mejor de los usos de esta única instancia, en la mejor compañía posible, ya que la felicidad para uno sólo no suele ser satisfactoria. Tenemos un año por delante para introducir mejoras.
PROCOPIO