Opinión

Ganó el de provincia: los 47 buses de verde

Por: Paulo Inostroza 13 de Noviembre 2017
Fotografía: Agencia UNO

Todos los que amamos el fútbol fuimos hinchas antes que periodistas, entrenadores, árbitros o futbolistas. Y “fuimos” es un decir. Aun lo somos aunque quizás con menos tiempo para dedicarle a nuestro equipo amado. Hay otros amores que hoy mandan. Yo soy de Cobreloa y no me arrugo en decirlo. De la B y a mucha honra, porque sufrir es la única forma de entender al verdadero hincha. Sí, solo el pobre entiende el valor del pan caliente.

Usted se preguntará ¿y por qué de Cobreloa si Calama está tan lejos? No lo tengo claro, pero recuerdo que en mi curso todos eran de Colo Colo y me burlaba mucho de ellos. Ganábamos de local y era el único que podía mofarse, sacar pecho. Después entendí Cobreloa como una metáfora donde al fin el olvidado de provincia podía vencer a los poderosos de Santiago. Era una metáfora también de la sociedad, de descentralización y en algún momento de ricos contra pobres. Eso digo siempre, pero les confieso la verdad: me gustaba el color naranja, pedí la camiseta a mi papá y el resto se dio solo.

Cuando me dijeron que vendrían 47 buses de Wanderers a la final en Collao sonaba descabellado, pero yo sabía que no.

Viví apenas un mes en Valparaíso y te empapas rápido de esa ciudad. Ahí te sientas en un local a almorzar solo y terminas con cinco personas más invitándote otra ronda. Ahí vas a una casa de estudiantes y conversas con gente de otras nacionalidades, de fútbol y de arte. Ahí los bares abren los domingos y los viernes vas al “Playa” por dos o tres lucas, con cover. Ahí gritas por Wanderers en cada calle y siempre alguien te responde. Ahí no puedes ser de Everton o te sacan de la ciudad. Ahí no bajas de 4 mil personas por partido y si sientes que traicionan tu camiseta, te encaran furiosos, aunque hayas jugado más de diez años en Italia.

Siempre me llamó la atención ese sentimiento lindo. Ese mismo que hoy moviliza a Deportes Concepción –felizmente con lápida puesta sobre la concesionaria- y hace que sus hinchas agoten las entradas para jugar un Hexagonal que no es reconocido por ninguna asociación. Créame, un amigo me llamó el sábado porque de 4 mil boletos a la venta no quedaba ni uno. Ese mismo sentimiento es el que lleva a más de 300 hinchas vialinos a ver a su equipo en Mejillones, a casi 2 mil kilómetros de distancia. Festejando ese 3-0 como si fueran campeones del mundo, aunque están apenas en Tercera. Ese es el sabor del pan caliente.

Para la “U”, perder una Copa Chile no significa nada. Mañana saldrán campeones de alguna otra cosa y jugarán Libertadores otra vez. Para Wanderers es otra joyita grande en su vitrina, como la UdeC que cuenta una y otra vez la que ganó con Pellicer. Porque el hincha de provincia es distinto y sabe que siempre serán más las derrotas que alegrías. Y agradece lo que es, porque el grande nunca sabrá qué se siente ganar cuando no es costumbre y vivir con el miedo a ser pobre. Por eso en ese festejo loco del puerto, hay mucha comunión. Un “te entiendo” compartido, un aplauso silente.

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